domingo, 13 de septiembre de 2015

"No puede haber nada más parecido al infierno"

"No puede haber nada más parecido al infierno", comentaba un periodista de un campo de refugiados húngaro. Ante este drama, las conciencias se conmueven y la sociedad se moviliza para paliar el drama y acoger a estas personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares, sus vidas.
Son numerosos los análisis de las causas de este desastre, que no es ni mucho menos nuevo. Y todos acaban señalando la causa evidente: la guerra, tantas veces promovida, o apoyada, por la mismas potencias que ahora se vuelcan en aliviar su doloroso efecto. No solo Irack, Libia, Siria, Nigeria y el Estado Islámico: también el conflicto palestino-israelí, la guerra cívil afgana, la guerra cívil somalí, en Pakistán, en Yemen, en Nigeria, en Sudán, en Ucrania...por citar solo los grandes conflictos.
¿Quién mueve la guerra, quién mueve los hilos, qué puede hacer que el ser humano se transforme en el hacedor del infierno? ¿La avaricia, la codicia, la soberbia, la crueldad? Sí, existe el infierno, aquí en la tierra, y los culpables no tienen cuernos y rabo sino el corazón despiadado de las fieras. Lobos disfrazados de humanos. La guerra, maldita guerra.

Recuerdo el comienzo de la guerra de Irack, en nombre de Dios, decían en uno y otro bando, el Dios cristiano contra el dios del Islám. Como ahora. He llegado a escuchar el comentario de un periodista: " Estos niños refugiados no tienen nuestra lengua ni nuestra religión". El sueño del laicismo parece esfumarse, teñirse de sangre, frente a los integrismo y fanatismos. Y sin embargo, el laicismo y la defensa de los derechos humanos universales es la garantía de la paz. El laicismo, que no implica persecución religiosa sino respeto a las diversas opciones vitales de todas las personas. 
No puedo creer en otro Dios que en aquel que ame al ser humano, por encima de todas las ideas, mitos o sueños; no puedo creer en un dios que bendiga el infierno, la guerra.
 Imagen:fieranova.es

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