jueves, 29 de octubre de 2015

Miel de acacias, un regusto amargo de sal en la boca.

"Deambulé por el apartamento. No quería entrar en la habitación de mi hija Laura, y al mismo tiempo me moría de ganas por hacerlo. Me quedaré en mi cuarto, me dije. Junto al escritorio frente a la ventana, entre libros y papeles. Oyendo el mar con los ojos cerrados mientras sentía el aire empapado de salitre entrar en mi garganta. Me escocían los ojos, y tenía un regusto amargo de sal en la boca. Sobre la mesa estaba mi último libro casi terminado. Ahora no sé si podré concluirlo alguna vez. Quizás lo haga, por mi hija. Porque a ella le gustaban esas historias cuando era niña. Léeme lo que has escrito, me pedía. Y se reía a carcajadas, se sentaba en mi sillón, o más bien se acurrucaba. Sólo escribiré cosas que hagan reír, me decía a mi misma cada vez que la veía así, retorciéndose de risa. No pude leerle los últimos capítulos, los que tanto me costó escribir: les faltaba su risa".
(Miel de acacias)

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