La indiferencia
del que duerme nunca puede ser el punto de partida de nada. Pero hay un
detonante potente que no se puede olvidar: la rabia.
Desde la serenidad se puede caer en
el error de pintar un camino idílico, no creíble para la mayoría de los
mortales. Porque la mayoría de los mortales viven en estado de rabia o de
desesperación, o de resignación y aceptación del sometimiento, hijas de la rabia
derrotada.
No quiero darle la espalda a la
rabia, la rabia desesperada o la rabia airada. Si lo hago no entenderé nada, no
podré contar nada.
Los últimos datos
del paro en España dan una cifra de más de tres millones de parados, y a esto
hay que añadir la situación de pobreza y explotación de tantas personas, personas
manipuladas para consumir y que ahora se ven incapaces de conseguir todos esos
productos a los que el sistema los ha hecho adictos por su bajo poder
adquisitivo. ¿Cómo no van a sentir rabia? ¿y qué les voy a contar yo?
La rabia se vuelve
contra los otros, contra los amos o contra otros explotados con los que hay que
compartir la miseria, oleadas de marginados que llegan de zonas desbastadas por
guerras o degradación ambiental, de desiertos sin agua donde ya no se puede
sobrevivir. Pienso mientras escribo en Australia incendiada, hoy, 4 de enero de
2020.
La rabia escupe
ira, en los versos irreverentes de raperos, o en las piedras incendiarias
escondidas en las mochilas de muchachos y muchachas con las caras tapadas. O se
transforma en desesperación, abatimiento, desprecio por uno mismo y se busca
salida en la evasión de la droga o el suicidio. Otras veces la rabia acaba resignada, domesticada por Himnos o banderas
que enaltecen al individuo con el título de patriota, o santo defensor del único
dios verdadero. Me espantan las banderas, tantas banderas para engañar a la
rabia existencial.
En el fondo, es la
misma triste cara de la rabia.
La rabia nos hace
gritar. Quisiera saber escuchar el grito de la rabia, no dejar de escucharlo
nunca, por más que la vida me haya conducido a la desembocadura del río sereno.
Y ser capaz de gritar más fuerte que hay esperanza.
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