sábado, 4 de enero de 2020

LA RABIA.



           La indiferencia del que duerme nunca puede ser el punto de partida de nada. Pero hay un detonante potente que no se puede olvidar: la rabia.
           Desde la serenidad se puede caer en el error de pintar un camino idílico, no creíble para la mayoría de los mortales. Porque la mayoría de los mortales viven en estado de rabia o de desesperación, o de resignación y aceptación del sometimiento, hijas de la rabia derrotada.
           No quiero darle la espalda a la rabia, la rabia desesperada o la rabia airada. Si lo hago no entenderé nada, no podré contar nada.


Los últimos datos del paro en España dan una cifra de más de tres millones de parados, y a esto hay que añadir la situación de pobreza y explotación de tantas personas, personas manipuladas para consumir y que ahora se ven incapaces de conseguir todos esos productos a los que el sistema los ha hecho adictos por su bajo poder adquisitivo. ¿Cómo no van a sentir rabia? ¿y qué les voy a contar yo?
La rabia se vuelve contra los otros, contra los amos o contra otros explotados con los que hay que compartir la miseria, oleadas de marginados que llegan de zonas desbastadas por guerras o degradación ambiental, de desiertos sin agua donde ya no se puede sobrevivir. Pienso mientras escribo en Australia incendiada, hoy, 4 de enero de 2020.
La rabia escupe ira, en los versos irreverentes de raperos, o en las piedras incendiarias escondidas en las mochilas de muchachos y muchachas con las caras tapadas. O se transforma en desesperación, abatimiento, desprecio por uno mismo y se busca salida en la evasión de la droga o el suicidio. Otras veces la rabia acaba  resignada, domesticada por Himnos o banderas que enaltecen al individuo con el título de patriota, o santo defensor del único dios verdadero. Me espantan las banderas, tantas banderas para engañar a la rabia existencial.
En el fondo, es la misma triste cara de la rabia.
La rabia nos hace gritar. Quisiera saber escuchar el grito de la rabia, no dejar de escucharlo nunca, por más que la vida me haya conducido a la desembocadura del río sereno. Y ser capaz de gritar más fuerte que hay esperanza.



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