sábado, 15 de febrero de 2014

MASA CRITICA EN LAS FRONTERAS: O EL FINAL DEL SUEÑO DE UNA CRIATURA QUE SOÑÓ SER HUMANA.



Porque quizás no estaba en sus genes la evolución hacia un ser racional, con inteligencia  también emocional; quizás en su evolución el destino final no era ser delfín compasivo sino hiena salvaje.
En vísperas de unas elecciones europeas me hago la pregunta, me indigno y también me espanto. Porque mucho tendríamos que cambiar para dar una solución a un tal destrozo. Destrozo de la naturaleza, destrozo de las estructuras sociales y económicas, destrozo de toda ética, destrozo del pensamiento racional.
Aún nos queda el recuerdo del naufragio en las costas de Lampedusa, y ahora ocurre en nuestras fronteras: se dispara a personas que intentan llegar a nado a tierra, y se justifica el hecho alegando que era una masa de hombres, de cientos de hombres, que intentaban pasar la frontera; y se construyen muros y alambradas con cuchillas, aquí y allá, por un muro que se abate, el del Berlín ¿cuántos otros se construyen?
Cuando hombres y mujeres se juegan la vida en las fronteras, en todas las fronteras, la pregunta es de qué pretenden escapar y qué pretenden encontrar. Que cada una se responda, todas sabemos la respuesta.
Las preguntas que debemos responder entre todas son otras:
¿Qué queremos? ¿Qué estamos dispuestas a aceptar? Ya se van perfilando respuestas, como en Suiza, donde el pueblo decide defender lo suyo y limitar la entrada de ciudadanos europeos (¿que harían si tuvieran frontera con Marruecos?); o el ascenso del partido de Le Pen en Francia; o las explicaciones de nuestro Ministro de Interior. Hay un denominador común: nos quitamos las caretas humanitarias y a defender lo nuestro. Los del otro lado de la alambrada, sencillamente una amenaza de otra especie. Lo de “humanidad” nos queda grande, y nos hacemos un traje a medida con nuestra bandera.
¿Y quiénes nos gobiernan, quiénes nos conducen? No voy a enumerar los casos de corrupción y la impunidad de los que tienen el poder; la riqueza que acaban acumulando durante y después de su paso por la política (¡ese ejercicio de compromiso por el interés común!) y la pedagogía corruptora que ejercen sobre los ciudadanos. ¿Alguien puede creer que van a mover un dedo por otra cosa que no sea aferrarse al sillón que los nutre y aleja de las miserias del común de los mortales? No todos, cierto, que en medio de este lodazal hay héroes que siguen conservando la conciencia. Ahora me viene a la memoria Pepe Mújica, el Presidente de Uruguay, y algunos otros, aquí y allí, también en nuestro país.
¿Y nosotras, qué poder tenemos? En mi opinión, nuestro mayor poder es elegir rehumanizarnos, desde nuestro interior, y en círculos concéntricos: casas, calles, barrios, ciudades. Participar, sobre todo, participar. No rendirse, no resignarse, por poco que sea lo que podamos hacer, por imperfecto que sea: hacerlo, lo que cada una pueda.
Tenemos los medios, hoy la ciencia y la técnica tienen poder de cambiar las cosas: acabar con el frío, con la pobreza energética, con el hambre, con muchas enfermedades, con el dolor, aliviarlo compasivamente. Sólo hace falta voluntad política, cambiar las estructuras de poder, económicas y sociales. Otra economía es posible, otra sociedad. Los intereses de unos pocos lo impiden, y tiemblan al tenerse que quitar las caretas ante una masa crítica enfurecida: no son humanos, y lo que es peor, quizás tampoco nosotras lo seamos ya, quizás también hayamos empezado a evolucionar hacia la especie de las hienas.

¿Qué nos hace humanos? Algo que se mueve en la profundidad azul del océano, en los arrullos de los delfines y en su compasión. Una conciencia empática, que nos hace cuidarnos unos a otros, una inteligencia que nos hace descubrirnos parte de una misma especie y de una misma naturaleza, una inteligencia que nos hace prever el futuro y anticipar las consecuencias de nuestros actos. Lo podemos llamar espiritualidad o conciencia universal. Ni patria, ni rey, ni dios (todo con minúscula). Una única y hermosa palabra con mayúscula.



Mañana, 16 de febrero, marcha desde Alcorcón, los Castillos, hasta la Plaza Mayor de Madrid, en defensa de los servicios públicos.

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