Suele ocurrir después de una noche de juerga. Y después de unas
elecciones, de esa subida de adrenalina de una campaña electoral y de los
efectos del éxito o el fracaso, de los objetivos alcanzados o la frustración
amarga en el caso contrario.
Antes del día de las elecciones, hay una jornada de reflexión;
después, debería haber más de una.
Y yo me hago mis propias reflexiones esta tranquila mañana. Son
personales, aunque realmente todos absorbemos el pensamiento de los demás, lo
digerimos más o menos, y lo hacemos nuestro.
Será porque soy libra, o simplemente porque me gusta el equilibrio y
la armonía entre opuestos porque a lo largo de mi vida, ya un tanto larga, la
experiencia me ha enseñado que no existen verdades absolutas, o casi ninguna. Y
así voy escribiendo mis twits, pequeñas síntesis que ahora recojo aquí:
Pienso que este momento es crucial para avanzar, sin pendular entre
dos polos que se han degenerado y han dado origen, de Este a Oeste, a
auténticos desastres sociales y medioambientales. Constato el binomio
izquierda-derecha, que se alza como únicas coordenadas capaces de señalar el
punto justo donde situarnos, haciéndose cada uno de sus polos dueño en
exclusiva de principios que deberían ser irrenunciables para todas las personas:
la igualdad a la izquierda, la libertad a la derecha (perdonad la
simplificación). Y me pregunto por qué no romper este círculo vicioso y
armonizar ambos derechos inscritos en nuestros genes de seres sociales y al
mismo tiempo conscientes de nuestra unicidad. Igualdad y libertad, ¿por qué no?
Siempre me ha molestado el maniqueísmo, el dividir el mundo y las
personas entre buenos y malos. No hay buenos y malos: cada una somos capaces de
las mayores atrocidades o heroicidades, también el pueblo que conformamos. No
hace ni un siglo que un pueblo votó por mayoría a quién se convertiría en uno
de los más crueles verdugos de la humanidad: Hitler. Bastó con remover algunos
de los sentimientos más rastreros de los seres humanos, como el resentimiento o
la envidia, y señalar a una víctima sobre la que descargar las propias frustraciones.
Y mucho más cerca, en el espacio y en el tiempo: el 25% obtenido por Le Pen en
Francia en las actuales elecciones europeas. Resentimiento y envidia, como
también son sentimientos negativos la avaricia, la ambición y la soberbia que
late en la ideología neoliberal que tantos defienden. Es fácil un discurso
demagógico que toque una u otra tecla, porque estas teclas, todos las tenemos
en nuestras entrañas. Las circunstancias harán que sean unas u otras las que se
toquen, y nuestra capacidad de discernimiento la que nos hará capaces de ser
libres y no dejarnos manipular.
Por eso echo en falta un relato histórico y social que cuente todas
las atrocidades pasadas y presentes de ambos extremos. Y la imaginación, la
frescura creativa, que nos haga progresar e inventar el futuro, alimentándonos
de todos los logros conseguidos sin perpetuar los errores.
Todo esto para ofrecer
una alternativa que encierre una propuesta positiva para nuestra gente: la
gente de mi país, de mi ciudad, de mi barrio. Gente normal, como la mayoría de
nuestros conciudadanos, ni ricos ni pobres, que han trabajado duro para tener
lo que tienen, que han ahorrado para ayudar a sus hijos, que han pagado sus
impuestos y cumplido con sus deberes para con la sociedad. Trabajadores, o
pequeños y medianos empresarios, y no por eso perros de la derecha, capaces de
sentir el dolor propio y ajeno, y de comprometerse y trabajar para aliviarlo. Y
gente a la que un sistema inhumano ha arrojado a la cuneta de la marginalidad
de la noche a la mañana, como material desechable, con un encogimiento de
hombros del que lo ve como algo inevitable, como daños colaterales. Y más allá, los hombres y mujeres que se cuelgan a las vallas de Melilla, o naufragan frente a Lampedusa, o caen en manos de mafias en la frontera Mejicana...Por toda
esta gente hay que comprometerse, con rigor y responsabilidad, porque es mucho
lo que nos jugamos; no es una noche de juerga, no es la victoria de nuestro
equipo celebrada en Neptuno o Cibeles. No son palabras ni discursos (el papel
lo aguanta todo, le oí a un amigo). Es asumir nuestro compromiso social y
ponernos manos a la obra, buscando un mundo equitativo, en el que nadie viva a
costa de otras personas sino que todas participen según sus capacidades en el
trabajo, y en el beneficio según sus necesidades, y en el que nadie sea discriminado por ningún motivo.
Siempre pensé que en EQUO encontraría esta respuesta, y lo sigo pensando.
Y deseo que nunca renunciemos a nuestra identidad, que seamos capaces de
colaborar con los que comparten con nosotras las mismas causas, siempre que eso
no suponga dejar de ser nosotras mismas.
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