Hola de nuevo a todas, con el inicio de la primavera, nos gustaría
invitaros a que conozcáis el que va a ser nuestro futuro punto de
encuentro, y en donde os presentaremos, cada temporada,las nuevas
colecciones en showroom privados. Todavía faltan muchas cosas, pero llegará
a ser un espacio agradable y acogedor donde podremos sentarnos a ver la
ropa y a charlar.
Seguiremos, eso sí, moviéndonos por diferentes sitios, intentando
acercarnos a vosotras.
Os esperamos este jueves 23, viernes 24 de 18.30 a 21.00 horas y sábado 25
de abril, de 12.00 a 20.00 horas en la C/ Toledo nº 7, 3er piso.
Al lado de la Plaza Mayor
Ya sabéis que nuestra página de facebook es:
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Nos vemos pronto.
martes, 21 de abril de 2015
viernes, 10 de abril de 2015
El laicismo, excusa para la guerra o garantía para la paz
Laicismo
Laicismo, una pieza clave en la
construcción de una alternativa social y política.
Cuando se aborda la cuestión del
laicismo, nos encontramos con posturas muy diversas, incluso enfrentadas, ante
su tratamiento. Considero muy importante clasificar estas posturas, aún a
sabiendas que todas las clasificaciones pueden pecar de simplistas.
En primer lugar, señalar que el
laicismo no es nada nuevo ni inventado por las nuevas corrientes alternativas
que despuntan en el panorama de nuestra sociedad española. Intentaré más
adelante resumir el significado y la implantación o rechazo del laicismo en los
últimos siglos dentro y fuera de nuestras fronteras.
Existe un amplio sector de nuestra
sociedad que se siente ajeno a la cuestión del laicismo. Son principalmente
jóvenes, con posturas muy escépticas y críticas ante el actual sistema político
y social. Indiferentes o desconocedores, cuando no visceralmente enfrentados a
todo lo que tenga relación con la religión,
no sienten el laicismo como un tema especialmente importante y al que se
le deba dedicar demasiado protagonismo dentro de las propuestas programáticas,
o proyectos políticos o sociales alternativos.
Existen también sectores más
interesados y conocedores del significado de una propuesta de laicismo, pero
que prefieren obviarlo porque presienten que podría suponer un escollo para
cualquier alternativa que pudiese presentarse y que lo incluyese en su
programa. O incluso temen que pudiera despertar fantasmas del pasado reciente
de nuestra historia.
Frente a estas dos posturas, para
las que el laicismo es un tema tangencial al que no se le debe prestar mayor
atención o que se debe incluso obviar, existen otras dos enfrentadas con mayor
o menor virulencia, dependiendo de las circunstancias. En algunas ocasiones
pueden aceptar una relativa convivencia, pero en otras el enfrentamiento puede
hacerse incluso violento. Se trata de sectores vinculados de algún modo, por
lazos familiares, ya sean de consanguineidad o en un sentido más amplio de
pertenencia a un grupo religioso o político. En todo caso se trata de personas
ligadas por la propia experiencia o por la de sus mayores a los dos sectores
que se enfrentaron desde la época de la II República en nuestro país: el sector
republicano partidario del laicismo y la Iglesia Católica que luchaba por
mantener la posición de poder que había gozado con la Monarquía dentro de la
sociedad española.
Para
los herederos del republicanismo laico, conseguir la instauración de un
gobierno laico supondría una victoria después de tantas décadas de derrota y
humillación. Las tensiones anteriores a la guerra civil, y su estadillo
posterior con todo el reguero de dolor y muerte que causó, hirieron profundamente
a nuestra sociedad. En primer lugar, frente a los republicanos laicos el
Alzamiento Nacional se proclamó como una Cruzada salvadora contra la impiedad y
el ateísmo, y el ejército rebelde se rodeó
de toda una simbología religiosa que manifestaba la alianza con la
Iglesia Católica Española. La victoria de los nacionales implicó la victoria de
la Iglesia Católica, que como aliada del Alzamiento vio reforzados sus
privilegios. Para los republicanos, a las heridas de la guerra y la derrota,
siguió la humillación de la posguerra y la Dictadura. Sentirse obligado a unas
prácticas de una religión que no se comparte es una de las mayores violaciones
del derecho humano de libertad de conciencia, y esto se agrava si en nombre de
esa religión se han bendecido a los ejércitos enemigos. Y sin embargo eso
ocurrió una vez más, como tantas otras veces en la historia, a partir de 1939
en nuestro país. “Nos obligaban a no trabajar los domingos, y a asistir a Misa.
Mi padre tenía que ir al campo, a segar, pero la Guardia Civil no se lo
permitía. Nos obligaban a confesarnos…” He oído estos relatos a mis vecinos, es
difícil aceptar que eso haya ocurrido hace no tanto tiempo y no en un país
ajeno a la civilización, aceptar que es parte real de nuestra historia y que ha
dejado profundas heridas en gran parte de nuestra sociedad. Y esas heridas
jamás fueron sanadas, más bien se las ocultó y silenció, esperando que el paso
de los años acabara por hacerlas olvidar. Pero si es cierto que una parte
considerable de las generaciones jóvenes es ajena a esta reivindicación,
aquellos para los que el laicismo es un derecho irrenunciable han conseguido
trasmitir su apuesta a otra no menos considerable parte de las nuevas
generaciones. A esto se añade la influencia manifiesta de la Iglesia Católica
durante los gobiernos conservadores del Partido Popular, que encuentra a su vez
un interés electoralista en perpetuar esta alianza. El intento de imponer la
moral católica y conseguir que sus preceptos adquieran rango de ley en temas
como el aborto o el matrimonio de homosexuales y su derecho a la adopción es
una prueba de ello, lo que provoca la indignación de los colectivos afectados y
en general del sector social opuesto a esta prueba de la confesionalidad del
gobierno.
Antes de continuar con el desarrollo
de este punto, quisiera adelantar el propósito fundamental que debería motivar
la propuesta de laicismo: no se trataría en ningún modo de abrir las heridas,
sino de hacer un esfuerzo sincero por curarlas.
Frente a los herederos del
republicanismo laico y su derrota, está la España de los vencedores. Con el
paso del tiempo, muchos de ellos no son conscientes de esta profunda brecha que
divide en dos a nuestro país. Se sienten cómodos en un Estado que los protege y
se muestra amigo, y se inquietan ante cualquier amenaza a su situación
privilegiada. Son los fieles de la Iglesia Católica Española. Cuando se habla
de Iglesia en general, o de Iglesia Católica en particular, es muy importante
distinguir entre la Jerarquía y su estructura, y los fieles. Es a nivel de la
Jerarquía donde la religión se muta en política y el servicio en deseo de
poder. Y si es cierto que la Jerarquía de la Iglesia Católica ha sido y
continúa siendo un poder fáctico en el mapa político español, entre la mayoría
de los fieles es la motivación religiosa la que los hace temer cualquier cambio que suponga un peligro
para sus creencias. Hay que mencionar también a un sector no pequeño de fieles
a la fe cristiana, comprometidos socialmente y críticos con el posicionamiento
político de la Jerarquía que consideran una degeneración de la esencia del
cristianismo.
Las creencias religiosas constituyen una parte
vital de la psique humana. Del mismo modo que repugna imponer unas prácticas
religiosas a un no creyente, perseguir, discriminar o humillar a una persona
por sus creencias resulta igualmente un ataque
al derecho a la libertad de conciencia. En ambos casos, se trata del
núcleo de nuestra esencia humana: la libertad de concebir y vivir la realidad
según la propia conciencia. En este punto quisiera aclarar ciertas críticas al
adoctrinamiento religioso, tan denostado por algunos. Pienso que todas las
personas de un modo u otro somos adoctrinadas a lo largo de nuestra vida, y que
todas del mismo modo adoctrinamos en mayor o menor medida, sencillamente porque
somos seres sociales y como tales se nos cría y criamos a nuestra prole. Lo que
sí es cierto es que todos los individuos poseen la capacidad de rebelarse, de
elegir, de hacer su propia opción vital, en muchos casos justo la opuesta a la
heredada.
Las persecuciones religiosas han
existido siempre, con más o menor virulencia y crueldad, y en definitiva ha
sido siempre el pueblo el que ha sufrido por sus creencias o su ausencia de
ellas. También muchas personas católicas sufrieron en España en el periodo de
la II República y durante la contienda fratricida, personas inocentes que
fueron perseguidas, humilladas y asesinadas por el hecho de ser católicas. Más
de cien edificios religiosos, conventos e iglesias ardieron en Madrid ante la
inoperancia del Gobierno en mayo de 1931, año en el que por primera vez se
proclamó un Estado Laico en España. Y entre febrero y julio de 1936 con el
Gobierno del Frente Popular fueron más de 6000 los miembros del clero
asesinados.
La mejor manera de comprender la
historia es intentar contemplarla desde la perspectiva del otro. Solo una
visión desde perspectivas diversas, incluso opuestas, nos acercará a la
realidad, compleja y plural, tan lejana del relato de uno y otro bando, cuya
parcialidad es evidente de modo especial en las imágenes de carteles o
películas donde se usa la misma iconografía de buenos-héroes-santos frente a
malos-villanos- verdugos, y cuya diferencia, a parte de los uniformes o
hábitos, es que cada bando distribuye los papeles a su conveniencia.
Hubo, y aún hay, dos Españas. Hubo,
y aún hay, dos relatos de lo ocurrido. Es preciso reconstruir el relato de
luces y sombras en el que un pueblo roto se enfrentó en una guerra fratricida
en la que por una parte hondearon, como una blasfemia, banderas con la cruz del
Príncipe de la Paz, y en la que por otra se identificó a los católicos con el
enemigo del pueblo, y se persiguió y asesinó a muchos inocentes generalizando
de modo injusto.
Es importante analizar la
reivindicación de un gobierno laico en la II República y las consecuencias de
dicho proyecto truncado por la Guerra Civil y el triunfo del
nacionalcatolicismo. Algo se hizo mal, y estamos obligados a aprender de la
historia y a no repetir los errores. Quizás el paso del tiempo y el distanciamiento
con lo ocurrido nos pueda ayudar a rescatar el proyecto del laicismo, un
proyecto que despertó el revanchismo, la ira, el terror y la violencia, y que
pudo ser una excusa más para lo que jamás debió ocurrir: la guerra civil
española.
El laicismo, excusa para la guerra
o espacio para la paz.
Es comprensible la reticencia de
muchos cuando se propone presentar el laicismo como parte de un proyecto o
programa político. En primer lugar por motivos simplemente electoralistas. Hace
unos días acudí a un acto organizado por una comisión de afectados por los
desahucios. El drama de la pérdida de la vivienda, que pisotea cada día uno de
los derechos fundamentales de las personas, parecería no poder dejar
indiferente a nuestra sociedad, sin embargo la mente humana es capaz de
habituarse a cualquier horror. Quizás fuese por la poca difusión, pero el acto
estuvo poco concurrido a pesar de la categoría de los ponentes. El luchar por
la recuperación de este derecho se presentaba como un punto irrenunciable para
una propuesta política alternativa. Al salir de la reunión me tropecé en plena
calle con un grupo mucho más numeroso agolpado entorno a un sacerdote vestido
con casulla y portador de una cruz.
El catolic¡ismo ha calado
profundamente en nuestra sociedad, un catolicismo que se aferra a sus
tradiciones como signo de identidad especialmente si como grupo se siente
amenazado. Y los partidos conservadores lo saben y sabrán utilizar y azuzar
estos temores en su propio favor.
Por el contrario, algunos
partidarios del laicismo temen exponer abiertamente su postura.
A los motivos electoralistas se
suma el sentimiento de responsabilidad social, el temor no ya a perder votos
sino a las consecuencias de gestionar mal la propuesta de laicismo y su
implantación, como ocurrió por la intransigencia de unos y otros la primera vez
que en nuestro país se proclamó el Estado Laico con la constitución de 1931.
Sin embargo, la sociedad actual
está harta de manipulaciones y engaños, y tiene derecho a ser informada. A
cualquier alternativa política que se presente, la sociedad tiene el derecho de
exigirle que cumpla lo que dice y que no
oculte lo que tiene intención de hacer. Pienso que esto es uno de los
principios básicos exigibles al ejercicio de la política. El laicismo deberá
ser presentado como propuesta y aplicarlo, o si no se presenta dentro de un
programa no se deberá posteriormente tomar medidas para imponerlo.
¿Será de nuevo el laicismo una
excusa para el enfrentamiento y la guerra? Esta es la pregunta que puede
inquietarnos pero que no debe impedir que busquemos una solución a una cuestión
sin resolver. Pienso en la importancia del cómo y el por qué para que una
acción sea beneficiosa. El laicismo no es un tema secundario, porque afecta a
sentimientos y heridas muy profundas, por eso es tan importante analizar bien
el por qué afrontarlo y el cómo implantarlo.
La motivación de nuestras acciones
las impregna, es la raíz que transforma sus frutos en saludables o venenosos.
Si tenemos en cuenta que el laicismo enfrentó a nuestro pueblo y acarreó
violencia y sufrimiento en ambos bandos, es evidente que en la raíz de su
reivindicación o de su rechazo puede haber motivaciones de revancha y de
intransigencia. Estas motivaciones no harán más que profundizar y envenenar aún
más las heridas pasadas.
Hace falta una catarsis profunda
que nos libere del pasado y nos haga afrontar el futuro con esperanza.
La Iglesia Católica Española
confunde la religión cristiana con derecho a privilegios sociales, y cualquier
atisbo de pérdida de estos privilegios, lo identifica con persecución
religiosa. El Papa Benedicto XVI manifestó este sentimiento respecto a la
situación de la Iglesia Española, probablemente por la influencia y la
información recibida de la Jerarquía. La Iglesia Española no es consciente de
que esta situación privilegiada supone en realidad un secuestro del
cristianismo por parte de los poderes políticos y económicos que saben hacer
buen uso para su propio interés de este hermanamiento. Supone sobre todo un
alejamiento de las raíces del cristianismo y del mensaje del Evangelio, un
mensaje que anteponía la unión con Dios, el amor al prójimo y el servicio a los
más necesitados a todas las tradiciones de los hombres, al poder y a la
riqueza. A pesar del cambio esperanzador que intenta introducir el nuevo Papa
Francisco, que ha expresado abiertamente ser partidario del laicismo,
separación del poder del Estado y la Iglesia, existen en España amplios
sectores ultraconservadores cuya intransigencia es evidente y que no ven con
buenos ojos la postura del nuevo Papa.
Frente a la postura de un
catolicismo intransigente, existe una no menor intransigencia de un sector del
ateísmo, que considera la religión como el opio del pueblo y que se siente
comprometido con el deber de extirpar esta tara social, fruto de un largo
periodo de adoctrinamiento. Nadie puede negar el esfuerzo del comunismo chino o
de la Unión Soviética por borrar toda traza de religión en sus ciudadanos con
métodos que son un flagrante atentado contra los derechos humanos universales.
El adoctrinamiento del pueblo llevado a cabo por estos gobiernos y las campañas
de propaganda no tienen nada que envidiar al adoctrinamiento de la Iglesia
Católica. Esta postura no reconoce que lo que califica como opio alienante es
para muchas personas motor para el compromiso social.
Nada distorsiona más la visión de
la realidad que el maniqueísmo, la simplificación mental que nos hace trazar
una línea en el suelo para separar el Bien del Mal, los buenos de los malos. En
el caso que nos ocupa el maniqueísmo es el núcleo de la intransigencia
dogmática de uno y otro bando. Para plantear el laicismo y ponerlo en práctica
de modo que suponga la creación de un marco de convivencia pacífica y
civilizada, es imprescindible superar dicho maniqueísmo e intransigencia
fanática. Antes de construir el edificio, será preciso sanear los cimientos.
¿Es el momento de un nuevo intento
de implantar el laicismo en nuestro país? ¿Hemos llegado al nivel de
civilización suficiente para afrontar el problema superando la intransigencia
de unos y otros?
Al temor de repetir los errores del
pasado podemos contraponer el temor de dejar pasar una oportunidad inigualable
de construir un nuevo marco de convivencia entre los españoles. Pienso que la
solución solo se podrá lograr por el diálogo lúcido y generoso de personas de
mentes abiertas de uno y otro bando, movidas únicamente por el compromiso
social y el deseo de un orden que garantice la paz, la igualdad y la
convivencia pacífica entre todas las personas.
Pienso
que el momento actual ofrece una serie de circunstancias favorables a este
nuevo intento. En primer lugar, la experiencia de los errores del pasado; es
imprescindible un análisis y divulgación lo más imparcial posible de lo
ocurrido en 1931 y en los años posteriores. Dependerá de la objetividad de este
análisis que la historia reciente sirva de maestra y nos muestre el camino
correcto. En segundo lugar, existe en este momento en la Iglesia Católica una
figura excepcional, el Papa Francisco, que puede legitimar la apuesta por el
laicismo del pueblo español y de un sector de católicos. “ La convivencia
pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del
Estado, que sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y
valora la presencia del factor religioso en la sociedad” afirmó el Papa
Francisco en Rio de Janeiro el 27 de julio de 2013.
Otra circunstancia positiva es la
evolución cultural de la población, abierta a otras formas de culturas,
incluyendo también otra espiritualidad y otras concepciones religiosas. La
apertura cultural, el acercamiento a la cultura y a religiones orientales mucho
más tolerantes como puede ser el budismo, puede ser un motivo de superación de
la intransigencia dogmática del siglo pasado. Por último, los terribles
acontecimientos de estos últimos tiempos en aquellos lugares donde se intenta
implantar el sistema antagónico al laicismo, la teocracia, en el autoproclamado
Estado Islámico, pone en evidencia que la necesidad de construir un marco de
convivencia pacífica y civilizada. El laicismo se ofrece como garantía de este
marco.
El laicismo en el panorama político
actual
El estado laico no es una teoría
sino una realidad en la actualidad. Esta realidad contrasta por su nivel de
respeto a los derechos humanos universales con la de otras realidades que en un
extremo y otro de la relación Religión_Estado existen también en el siglo XXI:
las teocracias y los gobiernos opuestos a la libertad de conciencia y de culto.
La teocracia es uno de los extremos
opuestos al laicismo. En un Estado Teocrático, el gobierno afirma gobernar en
nombre de Dios y los líderes gubernamentales coinciden con los líderes de la
religión dominante. El caso más claro es el autoproclamado Estado Islámico,
pero existen otros como la República Islámica de Irán o casos ambiguos como
Arabia Saudí o Marruecos, cuyos respectivos Reyes son también los líderes
espirituales. Aunque no es propiamente una teocracia, la religión puede también
usarse para legitimar a un gobierno, como ocurre en los regímenes monárquicos
cuya autoridad de se supone deriva de Dios lo que la hace hasta cierto punto
incuestionable. Otro ejemplo peculiar de teocracia es el Estado del Vaticano.
Frente a los Estados Teocráticos,
en el otro extremo opuesto al laicismo, existen Estados que de forma más o
menos encubierta practican la persecución religiosa. Aunque se define como
laica, es el caso de la República Popular China respecto a los cristianos, los
budistas del Tibet o los musulmanes uigures. Los consideran una amenaza e
intentan imponer su control sobre estas religiones. En estos casos, en lugar de
una alianza e identificación como ocurre con las teocracias, existe una
hostilidad.
El laicismo se puede situar en un
punto equidistante entre ambos extremos, supone simplemente la separación entre
el Estado y la Religión.
Son numerosos los Estados que se
declaran laicos en la actualidad, más de 37 solo en Europa, entre ellos España,
aunque en la realidad algunos distan de serlo en la práctica y existen lazos
estrechos con diferentes confesiones.
Francia es uno de los países con
una clara vocación de laicidad y separación entre la religión y el Estado. Esta
tradición de remonta a la Revolución Francesa, a la abolición de los
privilegios de nobles y clero, y al fin de la Monarquía. Pionera en la
proclamación de los derechos universales de las personas, y a su defensa de la
libertad, la igualdad y la fraternidad, la República Francesa se ha declarado
siempre laica.
Por qué un cristiano puede ser
partidario del laicismo.
El laicismo supone la separación
entre la religión y los poderes del Estado. Lo que para parte de la Jerarquía,
de modo especial la española, se considera una persecución por la pérdida de
privilegios, para muchos cristianos que buscan en la figura de Jesús una
inspiración supone el fin de un largo y penoso secuestro.
Apostar por el laicismo no supone
renunciar a las propias creencias, sino a imponerlas a los demás por alianzas
con los poderes políticos que tienen como consecuencia la identificación del
catolicismo con el poder y el dinero, con el consecuente rechazo de los no
creyentes.
Pienso que la figura de Jesús y su
Evangelio deberían estar desligados de cualquier poder político y mostrarse
como patrimonio de la Humanidad, ya sean considerados como revelación o como
mito, pero en todo caso como una respuesta a la búsqueda del sentido de la vida
del ser humano.
Para los creyentes cristianos,
Jesús es la revelación de Dios a los hombres y así lo aceptan por un acto de
fe. En torno a la figura de Jesús, la comunidad de sus fieles construye una
Iglesia, y un entramado de dogmas, ritos y preceptos, cuya historia muchas
veces se aleja de la esencia primigenia del Evangelio, incluso la contradice.
Sin embargo, a través de esta Iglesia,
incluso me atrevería a decir a pesar de ella, de sus dogmas, ritos y preceptos, muchas personas a lo largo de los
siglos y a lo ancho de toda la tierra han encontrado un sentido y una motivación positiva para sus vidas.
Para otras muchas personas, la
figura de Jesús no deja de ser un mito más con el que el ser humano intenta dar
una explicación a lo inexplicable, y la Iglesia una invención humana, una
estructura social con mecanismos de dominio y control. Las alianzas entre esta
Iglesia y el poder político hacen que aquellos que optan por esta postura se
reafirmen en ella.
“ Y tú ¿quién dices que soy yo?” me
siento interpelada. Pienso que Jesús, revelación o mito, puede dar un sentido
profundo a la vida humana, capaz de transformarla y sostenerla en el breve
tiempo de su existencia. Y que este sentido se ofrece a todos los hombres y
mujeres, dentro y fuera de la Iglesia, dentro y fuera de todas las creencias o
su ausencia.
Jesús significa afirmación de la
existencia, conciencia de que la existencia es un don gratuito, un don
positivo. Existimos, tomamos conciencia de nuestra existencia y de su
gratuidad. Jesús nos hace descubrir a un Dios Padre y un amor en el que somos y
existimos. Jesús significa que existimos porque somos afirmados, amados.
Jesús significa superación del
sufrimiento, del dolor y la muerte; tomamos conciencia de ese tremendo
sufrimiento que es la vida humana, y encontramos el camino y la puerta para
atravesarlo. La muerte y la resurrección de Jesús significan que hay una razón
para la esperanza. Al dolor incomprensible se le da una respuesta: alguien lo
comparte con nosotros, sufre con nosotros y nos señala nuestro lugar en la
vida: nunca al lado del verdugo o el indiferente; el infierno se hace
transitable por la compañía de quien nos ama.
Jesús significa la liberación de la
estrechez del ego individual al abrirnos a los otros, al amarlos como a
nosotros mismos, es el sentido de la fraternidad universal, la motivación
profunda que cambia nuestras acciones en actos fraternales.
Jesús significa dignidad humana,
hasta límites insospechados.
Jesús significa bajada a los
infiernos para humanizarlos de la única forma posible.
Jesús significa “estoy contigo,
estoy con vosotros”. Significa compañía más allá del tiempo y del espacio.
Descubrir este sentido a nuestras
vidas, inspirarse en él, puede cambiarnos y esto lo hace real, con la verdadera
realidad: la que es transformadora.
Jesús significa ese punto de
encuentro absoluto entre la existencia y su fuente y entre todo lo que existe.
Es el abrazo que nos arranca del dolor, nos reconcilia con nosotros mismos y
con los demás, con nuestra existencia finita, el sufrimiento y la muerte.
Este sentido de la vida, le
llamemos o religión o espiritualidad, o simplemente sentido, no es exclusivo
del cristianismo, existe en la mayoría de las religiones, y en muchas
ideologías ateas o agnósticas.
El laicismo puede ser en este
comienzo del siglo XXI garantía para la convivencia pacífica y civilizada de
todas las personas, y el medio favorable para el desarrollo de una nueva
espiritualidad humana.
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