Disponible en la librería Traficantes de sueños
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28012 Madrid
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Metro Tirso de Molina
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"Ya había anochecido cuando Clara salió al
porche del hospital. El perfume de la noche no conseguía apagar el olor a
sangre y desinfectante. El cielo estaba cubierto de una espesa neblina y un
inusual silencio lo envolvía todo. Yo estaba apoyada en uno de los pilares del
porche. Junto a mí estaba Pierre. Una mariposa nocturna revoloteó en torno a la
luz de la entrada, luego huyó y se perdió en la noche. Clara se volvió hacia
nosotros, nos saludo con un ligero gesto de la mano y se retiró con sigilo para
entrar de nuevo en el hospital. Vi por el ventanal como se acercaba a Alberto
que seguía vendando la pierna de un anciano y apoyó la cabeza en su hombro.
Entre los dos terminaron de vendar al herido antes de retirarse a descansar a
un rincón de la sala donde se recostaron contra la pared con las manos
entrelazadas.
Nosotros nos habíamos sentado en los
escalones del porche. Las palabras habían salido a borbotones, empujándose,
tropezando. Tantos años resumidos atropelladamente, temblando de emoción por
tantas cosas compartidas. La lejanía, la espera, la añoranza. Y ahora, el
horror. “Mi madre es ruandesa, mi padre belga” había contado Pierre. “Clara es
mi madre, y Uimana; vamos a buscarla para que vuelva con nosotros a España” le
expliqué, y que había nacido y crecido en Ruanda, con mis dos madres y mi
hermano Javier. Y cómo no había pasado un solo día que no hubiese soñado con
volver. “Yo nací lejos, en una ciudad envuelta en la niebla, pero mi madre me
hizo soñar con el sol y el cielo de Ruanda, con sus mil colinas y sus hermosos
lagos. Lo veía todo en la luz de sus ojos” susurró Pierre. Y ahora tanto dolor,
tanta crueldad_ nos quedamos mirándonos
en silencio sin poder seguir hablando. Pierre alargó la mano y su dedo acarició
mi frente, mis mejillas húmedas, y mis labios que temblaban. Sentí que sus
dedos olían a orquídeas, y que el sol lucía más allá de la noche. Por un
instante retrocedí en el tiempo, creí verme en medio del camino de la escuela
junto a Paul con el corazón encogido al decirle adiós susurrando promesas
infantiles; y luego, recelosa y atemorizada en mi pupitre y en la tarima al
señalar con el puntero donde se encontraba Ruanda en el mapamundi mientras oía
las risas de los demás niños. Ahora el tiempo no existía, sólo la caricia de
Pierre en mis labios que me hacía huir lejos de mi tierra herida. Alcé la cabeza y nos besamos temblando como dos niños perdidos en la oscuridad".
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