martes, 3 de mayo de 2016

Mi hermosa Ruanda, la historia interminable.

Continúo ofreciéndoos páginas de mi novela "Mi hermosa Ruanda". Una historia de vida y muerte, de amor y guerra, como toda la historia humana, la historia interminable. Hoy quiero rendir homenaje a los médicos muertos por los bombardeos en Siria, esos hombres y mujeres que dan la sus vidas por salvar las de los otros.


Disponible en la librería Traficantes de sueños
C/ Duque de Alba, 13
28012 Madrid
Tf. 915320928
Metro Tirso de Molina
http://www.traficantes.net/

"Ya había anochecido cuando Clara salió al porche del hospital. El perfume de la noche no conseguía apagar el olor a sangre y desinfectante. El cielo estaba cubierto de una espesa neblina y un inusual silencio lo envolvía todo. Yo estaba apoyada en uno de los pilares del porche. Junto a mí estaba Pierre. Una mariposa nocturna revoloteó en torno a la luz de la entrada, luego huyó y se perdió en la noche. Clara se volvió hacia nosotros, nos saludo con un ligero gesto de la mano y se retiró con sigilo para entrar de nuevo en el hospital. Vi por el ventanal como se acercaba a Alberto que seguía vendando la pierna de un anciano y apoyó la cabeza en su hombro. Entre los dos terminaron de vendar al herido antes de retirarse a descansar a un rincón de la sala donde se recostaron contra la pared con las manos entrelazadas.
Nosotros nos habíamos sentado en los escalones del porche. Las palabras habían salido a borbotones, empujándose, tropezando. Tantos años resumidos atropelladamente, temblando de emoción por tantas cosas compartidas. La lejanía, la espera, la añoranza. Y ahora, el horror. “Mi madre es ruandesa, mi padre belga” había contado Pierre. “Clara es mi madre, y Uimana; vamos a buscarla para que vuelva con nosotros a España” le expliqué, y que había nacido y crecido en Ruanda, con mis dos madres y mi hermano Javier. Y cómo no había pasado un solo día que no hubiese soñado con volver. “Yo nací lejos, en una ciudad envuelta en la niebla, pero mi madre me hizo soñar con el sol y el cielo de Ruanda, con sus mil colinas y sus hermosos lagos. Lo veía todo en la luz de sus ojos” susurró Pierre. Y ahora tanto dolor, tanta crueldad_  nos quedamos mirándonos en silencio sin poder seguir hablando. Pierre alargó la mano y su dedo acarició mi frente, mis mejillas húmedas, y mis labios que temblaban. Sentí que sus dedos olían a orquídeas, y que el sol lucía más allá de la noche. Por un instante retrocedí en el tiempo, creí verme en medio del camino de la escuela junto a Paul con el corazón encogido al decirle adiós susurrando promesas infantiles; y luego, recelosa y atemorizada en mi pupitre y en la tarima al señalar con el puntero donde se encontraba Ruanda en el mapamundi mientras oía las risas de los demás niños. Ahora el tiempo no existía, sólo la caricia de Pierre en mis labios que me hacía huir lejos de mi tierra herida. Alcé la cabeza y nos besamos temblando como dos niños perdidos en la oscuridad". 

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