Estoy leyendo Homodeus de Yuval Noah Harari. Interesante, discutible, como todo.
Nos hace un retrato del futuro no muy lejano: la Inteligencia Artificial sustituyendo a los humanos en innumerables tareas y profesiones, un cambio mucho más drástico de lo que supuso la revolución industrial. Me dormí reflexionando sobre estas ideas, y esta mañana llego a la conclusión de que quizás lo que nos quede sean los cuidados. Cuidar unas de otras. Y no solo porque me parece difícil que un robot me pueda trasmitir lo mismo que una persona cuando me cuida por amor, sino también porque nada es comparable al estremecimiento que como humana siento cuando cuido a un semejante por amor. Cuidar, compartir, comulgar, intercambiar regalos y caricias. Intercambiar canciones, poesía, cuentos, dibujos. No estaría mal este porvenir.
Y me sorprendo. ¡Justamente este parecía el rol femenino! Frente al rol masculino de la fuerza del guerrero. Y resulta que lo más profundamente humano, lo que nos lleva al punto más alto en la evolución de nuestra especie son los cuidados. ¿Estará a punto de concluir la era del guerrero destructor para dar paso a la era del cuidador de la vida?
Y en estas reflexiones estoy, y salto a la idea de feminismo, que tanto enfrenta a hombres temerosos de perder privilegios y a mujeres dolidas por su situación de sometimiento inaceptable. Se trata de igualdad, y con la igualdad nadie pierde. El paso de la ética del poder a la ética del cuidado, como escuché en una charla sobre feminismo, nos enriquece a todas las personas. Acabo de cruzarme con niños y niñas camino de la escuela, algunos de la mano de su padre, o su abuelo. Percibo en la cara de esos hombres la expresión de mayor felicidad que he visto en la cara de un hombre.
Qué ridículo y erróneo resulta el espectáculo de la lucha por el poder en el ámbito político en estos días, qué necesario es un cambio radical en el sistema político, en el fondo y en la esencia. el paso de la ética del poder a la ética del cuidado.
Quizás el futuro sea mejor de lo que soñamos. Quizás no perdamos los mejores atributos de nuestra especie: la razón, el lenguaje, la ternura y el amor. Y la risa.
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