Feliz clase media, soñando a ser ricos un día, acomodada y confiada en un sistema protector: hoy se despierta perpleja ante una realidad inesperada, por más que un ligero rurún la hacía presentir.
Sin saber muy bien cómo, miles de personas de países desarrollados se ven rozando el límite de la indigencia, o incluso traspasándolo. Ya no somos ricos, ni lo seremos. Los ricos son otros, cada vez menos numerosos, cada vez más ricos. ¡Vaya mazazo! ¿Qué hacer?
Tentados a desesperarnos o resignarnos, o a embestir violentamente contra el sistema, o a exacerbar nuestro egoísmo individualista (¡de qué modo florece en momentos de crisis!) podemos contemplar también otra opción: la de reinventar nuestra humanidad y nuestra conciencia colectiva.
Habíamos olvidado que éramos parte de un todo, con la Naturaleza y los hombres y mujeres de todas las tierras, habíamos construido nuestro confort a costa de esquilmar la tierra y a dos tercios de nuestros semejantes, y ahora nos toca a nosotros ser esquilmados por una fracción más pequeña de personas.
Lo mejor de nosotros mismos puede surgir de esta crisis, para ello necesitamos creer en esa faceta humana olvidada, despertar nuestra conciencia colectiva, confiar en nuestra propia fuerza. Sacudir la pereza, el conformismo. Inventar, trabajar, luchar. Crecer y aislar hasta su agotamiento a ese reducto donde se acumula la riqueza como agua estancada.
O devorarnos unos a otros.
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