Pasó el 21 de diciembre, y aquí estamos, ni fin del mundo, ni Apocalipsis. Acostumbrados a los grandes espectáculos, fuegos artificiales incluidos, nos cuesta escuchar el rumor callado del agua que fluye dentro, y reconocer los cambios, los que se van gestando en silencio, como la Navidad, que nos empeñamos en acotarla en un día, pero que es un largo proceso, interminable, siempre recomenzado, en el fondo de cada uno de nuestros corazones.
A través de tantos túneles y vericuetos, sorteando obstáculos, caminando contra el viento, río arriba, la vida no nos castiga ni nos prueba, sino que nos enseña e ilumina como una sabía y amorosa madre. Y así cada día es Navidad y el fin del mundo, nacimiento y muerte. Y camino.
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