Dios inventó a los seres humanos y anidó en ellos. Y los hombres inventaron las religiones como pequeñas jaulas para
atrapar al Dios del que nacieron iguales y hermanos, le pusieron un nombre diferente
a cada jaula, la acorazaron y la dotaron de todo tipo de adornos para distinguirse, y de armas para atacar y
destruir a las demás (también inventaron las ideologías totalitarias, con el
mismo efecto). Pero Dios no cabe en ninguna jaula, no hay muro ni barrera que
lo abarque, es el abrazo inmenso e infinito del Universo, es la existencia de
todo lo que es, es la felicidad suprema.
Nuestras pequeñas jaulas, tenemos que liberarlas de la coraza de
orgullo cainita, de ambición y ansia de poder, tenemos que abrir las puertas,
todas las puertas, dejar que la existencia fluya, que el abrazo fraternal de
todo lo que es nos incluya a todas, que el conocimiento de lo que realmente
somos nos hermane.
No hace falta renegar de nuestra cultura, ni apostatar de
nuestras creencias: solo levantar la mirada al infinito, para dirigirla luego
al minúsculo reducto de nuestra jaula y desentrañar en él la esencia del don de
las mil caras, abrir la puerta y dejar volar al dios que existe en cada una.
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