Los cristianos celebran la pasión, muerte y resurrección de
Jesús. En estos días me gusta alejarme del ruido para entender su significado
más allá de las creencias religiosas. Y esta creencia para unos, o mito para
otros, se vuelve hoy más real que nunca. El grito del dolor y la sangre de los
inocentes llega hasta el último rincón de la tierra. La sangre y el dolor de
los inocentes, de esos hombres, mujeres y niños que son tratados como mercancía
incómoda y con los que se negocia por un puñado de monedas, por unos millones
de euros, los refugiados que huyen de la guerra. Lesbos, Moira, Siria…
Imagen: infromaria.com
La sangre
y el dolor de hombres, mujeres y niños que se despiertan aterrorizados por las
bombas terroristas en el metro y en el aeropuerto. Bruselas. Rabia, odio,
indiferencia, brutalidad salvaje. La dignidad humana pisoteada. La espiral de
violencia y muerte desatada. Y en medio de todo ello, la sangre de los
inocentes. Y un grito potente, un grito de esperanza pesar de todo: solo hay un camino: la Paz es
el camino, la paz construida sobre la justicia, la solidaridad, la fraternidad.
Un grito desgarrado. Que no nos callen, que no nos hielen el corazón. Que no nos paren.
Imagen: elperiodico.com
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