Aparco por un momento los recuerdos de mi etapa en las aulas, para compartir algunas de las ideas que me rondan estos días.
Es la hora de ponerse a trabajar
y a legislar para regenerar la vida política. Pienso que esta regeneración no
será posible si no somos capaces de reconocer que todas las personas no son
corruptas (sean del partido que sea) pero que todas son corruptibles (sean del
partido que sea). El poder y la notoriedad que dan el ejercicio de la política
son los mejores ingredientes para que se dé el paso entre corruptible y
corrupto.
No se regenerará la política por la
creación de un nuevo partido, porque (sea el que sea) lo componen personas, y la historia nos
demuestra machacona que hasta los que se presentan como los más puros acaban
atrapados por el ansia de poder, riqueza y gloria.
Hay que empezar, y con urgencia, una
regeneración ética. Para ello hay que legislar y crear códigos éticos y reglamentos exigentes,
no solo en los preludios y declaraciones de intenciones, sino en la letra pequeña: es ahí donde poco a
poco se va deslizando hacia la corrupción. Se empieza por lo pequeño, se acaba
con los fraudes de los que estamos siendo testigo estos días. Se habla mucho de
asaltar los cielos, de condenar a los corruptos, de quitar a unos para dárselo
a los otros, pero se habla poco de crear la vacuna, los diques, que contengan e
impidan que el corrupto que todas llevamos dentro gane la partida. No muchos
salen sanos y salvos de este trance, afortunadamente los hay, y aquí no puedo
dejar de mencionar a una persona que admiro no por lo que dice, sino por lo que
hace: José Múgica, expresidente de Uruguay, un ejemplo de paso por la política
honestamente.
Otro aspecto preocupante es la
transición a una democracia participativa. Se habla mucho de dar la palabra al
pueblo, y aquí se vuelve a olvidar que el pueblo no es un ente abstracto, sino
un conjunto de personas capaces de todo lo bueno pero también de todo lo malo.
Un pueblo que ha sido educado en y para un determinado sistema competitivo e
insolidario. Por otra parte, las personas, la sociedad civil, los trabajadores,
tienen sus propias tareas con las que contribuyen al bien común de la sociedad,
y su participación en la vida política no puede ser ilimitada.
Pienso que la democracia
participativa debe empezar por la exigencia de transparencia total por parte de
la clase política (desde ingresos, salarios, agendas de trabajo, nombramientos de cargos de confianza...) Los ciudadanos deben saber lo que hacen los políticos, pero
es obvio que los ciudadanos no pueden hacerlo todo: cada persona su tarea.
Empecemos por informar con transparencia, en crear espacios de participación
eficaces y organizados, y hagamos cada una la tarea que nos corresponde.
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