Estoy haciendo una lista de estas ventajas:
Sin gafas me miro al espejo y apenas distingo arrugas al rededor de los ojos.
En el metro me ceden el asiento, por más que yo insista en que no estoy cansada.
¡Y soy abuela!
¿Por qué a todos los niños les encanta ir a casa de sus abuelos? me pregunta mi nieto.
Pues porque los abuelos caminamos despacio, ya no tenemos tanta prisa, y somos blanditos.
Es cierto, somos blanditos por dentro y por fuera: a los bebés les encanta dormirse entre los brazos de una abuela, como en un cojín mullido.
Y hay muchas más.
Si me siento un rato al sol, se me ocurrirán muchas más.
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