Es joven, con gafas. Me fijo en sus manos y sus uñas pequeñas, cortas y sin pintar, mientra teclea mis datos en el ordenador. Pelo corto. Sin maquillaje. No lleva pendientes, ni pulseras, ni collares. Bata blanca. Mi doctora. Amable, eficiente, responsable de mi salud. Me siento segura y cuidada. También aliviada. Mientras esperaba a ser atendida me había fijado en otras dos pacientes: incluso me comparé con ellas al observar sus uñas de pies y manos perfectamente esmaltadas de rojo, la armonía entre bolsos, zapatos, y accesorios (pañuelos, joyas...). Pensé que yo era y había sido toda mi vida un desastre. Pero al entrar en la consulta, ante la sonrisa de mi doctora, todos mis complejos desaparecieron.
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