No quiero que el dolor me impida
hablar, me haga cerrarlos ojos o
rendirme. Desde el corazón, mis cuatro renglones por Gabriel y por Mame, por
sus familias amigos, por quienes los
aman y los llevarán siempre en su corazón, cuando ya nadie hable de ellos.
Me duelo que tantos pinten con
fuego y odio el sufrimiento ajeno, y que tantos lo usen para su propio interés,
para afianzarse, ellos y sus ideas o puestos. Frente a esto, brilla la luz y el
calor del verdadero amor y el verdadero dolor, las lágrimas de Patricia, la
madre de Gabriel, de su padre, y del compañero y amigo de Mame.
En toda historia hay un malvado,
en todo cuento, como nos decía Patricia, una bruja, de una maldad
incomprensible. Las brujas existen, la maldad convive con nosotras, y no está
lejos. Nos ciega el maniqueísmo, el pensar que los malos son los otros, el ejército
enemigo, el partido rival. Esa maldad existe larvada en todas nosotras: el egoísmo,
la avaricia, la soberbia, la envidia, la vanidad, el deseo y abuso de poder…
Esa maldad nos impide ver al otro como un semejante, y lo
contemplamos como un estorbo o como un medio para satisfacer nuestros propios
intereses: esto se da desde el ámbito doméstico, hasta en el sistema mundial:
es el mismo principio. El asesinato del pequeño Gabriel, o la muerte de Mamen
por una situación de pobreza e injusticia.
Ante esta realidad, es urgente no
rendirnos a la tentación de la violencia. La humanidad se desangra siglo a siglo
por tanta guerra y venganza que siempre se pretende justificar, por tanto abuso.
Solo el amor desde las entrañas a los nuestros, a nuestros hijos, y más en lo
hondo, a todos nuestros hermanos y hermanas, los seres humanos, y aún más en lo
hondo, a toda la vida, desde el pájaro que nos saluda con su canto al amanecer,
o los peces de nuestros mares.
La violencia siempre trae
violencia, y en la lucha siempre gana el más fuerte, no el mejor.
El tesón, la lucidez, la
resistencia pacífica y esforzada: la paz, es el camino. Pero la paz implacable con
la injusticia, que se deja la piel trabajando contra las desigualdades y los
abusos, por un sistema más justo, más libre, más fraternal, conscientes de que
significa sembrar hoy el árbol que no veremos crecer y que cobijará el mañana.
Me he resistido a hablar de él, de
Gabriel, pero no he podido contener las lágrimas y mis dedos han volado sobre el teclado. Quería
ser biólogo marino. Tenía un proyecto en su vida, conocer, aprender y por amor
a sus peces, transformar la realidad.
Me he resistido a hablar de él,
el joven Mame, que terminado el instituto, recién cumplida la mayoría de edad,
atravesó el Sahara soñando en una vida mejor. Me recuerda demasiado a jóvenes
que conozco. Tenía un proyecto, saltó la valla, buscando una vida digna.
Son los sueños de Gabriel, son
los sueños de Mame, los que deben prender como una hoguera en nuestro corazón,
y mover nuestros pies y nuestros brazos para que no mueran.
Que os llevemos en el corazón, que
luchemos por vuestros sueños.
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