jueves, 1 de octubre de 2015

También los pueblos cometen crímenes, y suicidios

También los pueblos se equivocan, también pueden ser manipulados para cometer crímenes, o suicidios colectivos, basta con repasar la historia. Hoy ocurre aquí, en mi país, entre los pueblos que lo componen, unos contra otros, obstinados, viscerales,  megalomanos. A veces hasta el ridículo si no fuera por por lo dramático de la situación. Así lo siento, así lo sentí y lo expresé en mi novela corta, Miel de acacias.


"Entiendo que ames a tu pueblo. Yo también tengo un gran cariño por el mío. Es un pequeño pueblo, al pie de la montaña de Montserrat. Huele a ginesta en primavera, y a pino y tomillo. Bailamos la sardana en la plaza del pueblo los domingos, nos damos las manos, yo siempre me emociono, por la música, y por el latido de la sangre de los otros que siento en las palmas de mis manos. Eso es lo que vale: el latido de la sangre de los otros. Y ¿sabes, querido Iñaki? Ese latido es el mismo en todos los pueblos. Hace poco nos invitaron unos amigos a las fiestas de su pueblo (son castellanos, fíjate, los opresores de tu pueblo según tú) Subimos a la ermita, asamos chuletas y morcillas con la leña de la tierra, también allí olía a pino y a romero. Sacaron la Virgen de la iglesia, una pequeña imagen de una madre con su niño en brazos. Voy a bailarle a la virgen, dijo mi amiga. Delante de la imagen que avanzaba por el pinar la gente bailaba una jota: viejos, niños y jóvenes. Yo bailé con aquella gente, bailé con ellos en su pueblo y delante de su virgen. Sentí su emoción, me emocioné con ellos. ¿Lo entiendes? Y si cierro los ojos aún me emociono, como cuando bailo la sardana en mi pueblo. Y me gustaría bailar con tu gente, y sentir con los ojos cerrados el latido de la sangre en las palmas de vuestras manos. ¿Lo entiendes?
-Déjalo ya.
-Espera un poco- le respondí, y envié  lo que acababa de escribir sin releerlo..
Pablo se sentó junto a mí.
-Vamos a acostarnos, Teresa.
Había pasado más de un cuarto de hora. Me dolían los ojos. Y entonces llegó su respuesta:
Lo entiendo. Pero ya es tarde. Hasta mañana.


Dice que lo entiende ¿cómo lo va a entender? Pablo había logrado llevarme hasta la cama. Déjalo ya, cariño, me respondió mientras me acariciaba la frente. Me desnudaba y yo me dejaba acariciar sin abrir los ojos, obstinada en mi desesperación. Nadie puede entender lo que yo siento, le susurré y abrí los ojos. Me asomé a la tristeza y a la soledad de los ojos de Pablo, que estaba echado junto a mí y estrechaba mi cabeza entre sus manos. Yo si te entiendo, me llegó el susurro tímido de su voz. El susurro del mar, el susurro de las olas de arena. El lamento del desierto y de su soledad. Me dormí entre sus brazos y volví a soñar en aquellas noches estrelladas en las que él me arropaba contra su pecho".(Miel de acacias, capítulo 27, pag 81, Queimada Ediciones 2012)

Imagen:culturaelvendrell.blogspot.com

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