_ Amigo Sancho, acudamos al rescate de esas hermosas damas y apuestos caballeros que el poderoso Mago atrae con sus malas artes para que sucumban en su hoguera_ exclamó Don Quijote, lanza en ristre.
_ Pero, mi amo, no son más que mariposas, por decir algo, que a mí se me antojan tristes y pardas polillas revoloteando en torno a la luz de un pobre candil.
_¡Oh, mi fiel escudero! ¿También a ti te ha hechizado su maligna magia?
Desoyendo las prudentes advertencias de su fiel Sancho, arremetió el hidalgo contra lo que se le aparecía como un maleficio engañoso para salvar a los que se precipitaban en la perversa trampa.
Y quedó el caballero malparado, amoratado un ojo y alguna costilla dolorida, por los golpes del posadero furioso por el destrozo que Don Quijote hiciera entre los candiles que alumbraban la posada.
_ Amigo Sancho, no son hermosas mariposas…
_ Simples polillas, diría yo…
_ No, mi fiel amigo, ni candiles lo que yo he destrozado…
Y siguió perorando el caballero y soñando, o quizás, por un misterio del Universo, trasladado a otra época por la puerta que sólo los genios pueden traspasar, contemplando la ruina de damas y caballeros atraídos por tanta luz, tanto ruido y tanta mentira. Y decidió meditar aquella noche sentado junto al arroyo, apoyado en una vieja encina. Bendijo al cielo por la lúcida cordura de los sueños, y se dispuso a armarse contra el engaño que acechaba a lo largo del camino. Ya al amanecer, suspiró aliviado contemplando el vuelo libre de algunas hermosas mariposas que se posaban sobre las flores amarillas de las retamas.
_ Al menos estas han escapado del hechizo. Anda, levanta, sigamos nuestro camino, a enderezar tanto entuerto…
Imagen:ciudadmalaga.olx.es
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