Recuerdo la película “En busca del arca perdida” y tantas otras obras de ficción que describen el ansia humana por alcanzar el poder y constato que la ficción, en el fondo, no está lejos de la realidad. El ser humano anhela el poder y es difícil decir hasta dónde sería capaz de llegar por lograrlo.
Entre todas las facetas del poder, tiene especial relieve el poder interior, el poder mental como se define con frecuencia. Pues bien, en este campo intuyo que alcanzar este poder supremo está al alcance de todos, y no por medio de ninguna fórmula oculta y mágica. Es más, me atrevería a decir que el objetivo de nuestra existencia consiste en alcanzarlo. ¿Qué entiendes por “poder supremo”? me preguntaréis. Libertad, ser dueña de mi destino, eso es lo que significa para mí. Constatar que depende de mí misma la opción fundamental de mi vida: optar por el Bien, optar por ser una bendición para los demás, y por apoyar todo el peso de mi existencia en evitar ser dañina para nadie. “¡Ah, vaya!” pensarán decepcionados los que esperaban alguna solución esotérica. Y sin embargo, por simple que parezca mi explicación, pienso que lo único que realmente puede dañarme es el mal que brote de mi misma y que depende de mí el dejarlo fluir o ahogarlo: soy yo quien decide, en el fondo. Es sencillo, pero en absoluto fácil: requiere un coraje incansable hasta el último aliento, y la fuerza para rectificar todas las veces que nos desviemos de nuestro objetivo. Pero por difícil que sea, esta opción depende sólo de mí misma, constatación que me hace sentir la persona más libre y poderosa del mundo, y a la vez responsable de la más difícil misión.
Miramos a nuestro alrededor y nos estremecemos ante tanto horror, tantos abusos e injusticia, tanta crueldad e indiferencia. ¿Qué hacer? Muchos llegan a dudar y a admirar a los que abusan y pisotean a los demás construyendo sus paraísos personales, pensando que son los que realmente saben, los auténticamente poderosos, y no unos pobres diablos soñadores como los que luchan por otro mundo más justo para todos. Hay que desechar estas dudas: ellos no son más que unos ignorantes, por poderosos que puedan parecer, porque ignoran lo único importante: el camino de la felicidad. Podríamos señalarnos el objetivo de hacerles comprender su ignorancia, pero esto es casi inalcanzable pues su ceguera es demasiado profunda y la costra que recubre su vista demasiado dura. Pero lo que hay que evitar a toda costa es el contagio: es preciso un constante ejercicio de lucidez para no dejarse cegar, y esto es especialmente necesario para todas las personas que deseen emprender el camino de la lucha por cambiar la realidad.
Si queremos tener el poder de cambiar este mundo, no debemos dejar que este mundo nos cambie.
Copiamos y pegamos este post en equo alcorcon, haciendo referencia a la autora.
ResponderEliminarSolo una reflexión que me hago siempre (mi nombre es miguel Gil, uno de los administradores del blog de equo alcorcon) y la pregunta es:
¿cómo somos tan audaces de intentar cambiar el mundo, si no somos capaces, al menos intentarlo, de cambiarnos a nosotros mismos?
Gracias Dolores por tu inteligencia emocional