Daños colaterales, dicen, encogiéndose de hombros. Los civiles muertos en las guerras, en los bombardeos. Los hombres y mujeres, los niños, muertos en las hambrunas y catástrofes naturales que se repiten aquí y allí. Unas cuantas primeras planas en periódicos y telediarios, justo lo necesario y conveniente según las circunstancias. ¡Qué se le va a hacer, alguien tiene que morir!
Pero sí hay algo que se puede hacer, sí hay medios para hacerlo.
En el campo de refugiados la madre negra abraza a su hijo moribundo, quizás el segundo, o el tercero que ha tenido que dejar morir porque las raciones no alcanzaban para sus 10 hijos. Nacidos para morir siempre demasiado pronto, eso parecen llevar escrito en la frente esos niños. Al comienzo del siglo XXI no deja de producir perplejidad primero, luego rabia, el contemplar esa realidad. ¿Cómo es posible que ese dolor transcurra en nuestro mismo planeta, en nuestro siglo de la globalización y las comunicaciones? ¿Podemos aprovecharnos de sus recursos naturales, organizar emocionantes viajes a sus parques naturales, y no avergonzarnos delante de esa madre africana?
La fertilidad ha sido para la mujer africana un don y ser estéril una de las mayores desgracias. La madre africana sabía que muchos de sus hijos morirían, por eso no es extraño que desease tener el mayor número de hijos posible, en especial en una sociedad rural primitiva donde el cultivo de la tierra requería muchos brazos. Pero el mundo avanza vertiginosamente dejando en la cuneta a multitudes, porque los logros que se consiguen son repartidos cada vez con menos equidad. La mujer occidental ha conseguido los medios para el control de la natalidad, pero esos recursos están muy lejos de estar al alcance de las mujeres de los países subdesarrollados. Esos medios, y la consiguiente educación, son imprescindibles para salir de la situación de extrema pobreza en la que viven muchos de esos pueblos. Sin embargo, en nombre de la religión se condenan esos procedimientos y se exhorta a aceptar todos los hijos que Dios quiera dar, y ese mensaje se extiende en pueblos carentes de recursos materiales y educativos. Pero el dios compasivo llora lágrimas negras delante de esa madre que tiene que decidir a cuál de sus hijos dejará morir.
La explosión demográfica es uno de los mayores problemas de nuestro planeta, con el consiguiente agotamiento de los recursos naturales. Pero la ciencia y la técnica nos ofrecen medios suficientes para mejorar la vida de la Humanidad, con un control racional de la natalidad y un estilo de vida sostenible que respete la naturaleza. Por encima de cualquier ideología debe prevalecer el cuidado responsable de nuestra especie y nuestro planeta. Un día también nuestro planeta azul se desintegrará y quizás antes nuestra especie haya desaparecido, pero hasta entonces somos responsables de nuestro mundo y todas nuestras facultades y capacidades deben ir en esa dirección.
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