El miedo es el más potente germen de la violencia. Nadie puede llegar a ser más violento que aquel que es apaleado, humillado, pisoteado. Los que ejercen la autoridad, sea cual sea, deben saberlo: un individuo o un pueblo no crecerá en paz si es reprimido y atemorizado. El silencio es el preludio de la batalla. Las palabras libres, aunque a veces airadas, son por el contrario los instrumentos del entendimiento.
Y luego existen los derechos, y los deberes. Lo mío y lo nuestro. Una de las causas del miedo es que nos arrebaten lo nuestro. El concepto de propiedad privada es una de las claves. Lo considero un derecho, pero un derecho relativo. ¿Relativo a qué? Relativo a las propias necesidades y a las ajenas. Cuando una minoría acumula bienes muy por encima de sus necesidades mientras la mayoría carece de lo imprescindible ¿se puede considerar un derecho? Y sin embargo, las élites mundiales, las oligarquías que gobiernan el mundo, no reparan en medios para conservar "lo suyo", y llegan a convencer a una mayoría de que también está amenazada su propiedad, por pequeña que sea, y que esta propiedad es un derecho absoluto.
En este punto reconozco la admirable capacidad del ser humano de encontrar soluciones a los problemas, y al mismo tiempo su capacidad de pervertir estas mismas soluciones. Respecto al modo de limitar la propiedad privada (el mismo sistema reconoce que es un derecho relativo con esta solución) encuentra una salida en el sistema fiscal: los impuestos. Se trata de redistribuir la riqueza, la propiedad privada, de limitarla poniendo su exceso al servicio del bien común. Magnífica solución, y tremenda su degradación. Los casos de corrupción a todos los niveles se multiplican, fraudes fiscales que salpican a los que deben velar por la equidad social, despilfarro de los bienes públicos procedente de estos impuestos, que no revierten en el bien común y en la redistribución de la riqueza de modo equitativo sino que se queda en demasiadas ocasiones en manos de los responsables de su redistribución.
La solución no está en el miedo, en las mordazas que intentan contener el descontento y la ira social. No habrá paz sin equidad, sin justicia. Y no habrá justicia social sin conciencia social. Es el despertar de la conciencia social, a nivel global y por encima de todas las diferencias, la conciencia colectiva, lo que nos hará cambiar de rumbo. Y es urgente, porque la presión es incontenible. Ni los grandes magnates, ni las oligarquías en sus torres de marfil, podrán resistir a esta presión, a no ser que renieguen radicalmente de pertenecer a la especie humana.
Los africanos colgados de las cuchillas de las vallas de Melilla, los ahogados frente a las costas de Lampedusa, los latinos atravesando el desierto y muriendo a manos de las mafias en las fronteras de Méjico, la mitad de nuestros jóvenes en paro escapando a Europa, que empieza a cansarse de españoles...una tierra esquilmada, un aire irrespirable y un agua contaminada. Y señores de la guerra alimentando las arcas de los traficantes de armas. No vale tachar de apocalípticos a los mensajeros y esconder la cabeza como el avestruz. Aún estamos a tiempo, hay que cambiar de rumbo, las cosas se pueden hacer de otro modo y es urgente hacerlo. Somos capaces, tenemos medios técnicos y científicos suficientes, somos seres inteligentes ...¿ lo suficiente para reconocer que somos seres sociales y despertar nuestras conciencia social, nuestra conciencia colectiva?
No hay comentarios:
Publicar un comentario