Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, dijo el sabio.
Sin ese punto de apoyo somos como barcas a la deriva, sin timón, sin ancla. Así es nuestra existencia individual y colectiva muchas veces, movidos por el viento y sus caprichos.
¿Dónde encontraremos ese punto ? Lo buscamos fuera, pero está dentro de cada una de nosotras. Lo buscamos en el ruido, y está en el silencio. Lo buscamos en la riqueza, y está en la desnudez. Lo buscamos en el poder y la gloria, y está en el encuentro y el don a los otros.
Hace muchos años ya, me hablaron de Jesús, me enseñaron muchas cosas que he ido olvidando, pero no dejo de leer la historia de su vida y sus palabras que me conmueven cada día, que me asombran. Que me ayudan a encontrar ese punto de apoyo para mi existencia. Ese Jesús secuestrado y amordazado por tradiciones humanas, dogmas y ritos, pero que sigue caminando libre sobre el mar. Ese Jesús que es de todos, porque es el hijo del hombre y el hijo de Dios, como todas nosotras.
Es cierto que el ser humano necesita ritos y dogmas, preceptos y mandamientos que le proporcionen seguridad; templos, sacerdotes y dioses en los que ampararse, procesiones e imágenes ante las que arrodillarse y llorar. Pero todo ello es fruto de nuestra necesidad, producto de la grandeza y al mismo tiempo de la pequeñez humana. Es un derecho de los seres humanos, y como tal hay que tratarlo con sumo respeto. Pero el punto de apoyo capaz de transformarnos y transformar nuestro mundo está más allá de todo ello, es un punto de encuentro y está dentro de todas nosotras.
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