No existe un ente llamado "Madrid", ni "Cataluña". Existen espacios, ciudades con ese nombre donde viven personas, individuos únicos e irrepetibles. Existen circunstancias (territorio, educación, alimentación, clima) que hacen que estos individuos adopten características especiales: idioma, ciertos hábitos, creencias. Pero hay que señalar que las personas no tienen raíces sino piernas y están en continuo movimiento. Así, una persona nacida en Andalucía o Extremadura, o China, puede trasladarse a Cataluña, Madrid o Roma, y viceversa. Cambiarán sus circunstancias, pero esencialmente sera ese individuo único e irrepetible. No existe ningún factor que nos haga pensar que una persona nacida o que viva en un territorio sea mejor o peor que otra que viva o haya nacido en otro lugar.
Y luego existen los políticos, los que olvidan que son personas e intentan aglutinar a aquellos (a quienes tendrían que representar y servir) para fomentar su orgullo nacionalista como pedestal para su propia grandeza y poder. Para ello usan poderosos medios, como la educación a todos los niveles, también en los medios de comunicación, y cada cual cuenta la historia a su manera de modo que aparezcan como héroes frente a los villanos. Esto se da no solo en los políticos, también en líderes religiosos.
Las consecuencias de fomentar este orgullo nacionalista, o religioso, o de cualquier tipo, terminan siendo violentas y destructivas. El único antídoto esta en el sentimiento de pertenecer a una misma especie, el sentimiento y el anhelo de libertad, igualdad y fraternidad, que solo unidas son auténticas, y nos impulsan a construir puentes, casas comunes, sueños y felicidad.
Que los líderes se bajen de sus púlpitos y tribunas, que las personas despierten de esta farsa, y sean capaces de descubrir en el otro a un semejante diferente. Esto no se consigue a fuerza de leyes y decretos ni de la fuerza policial, tiene que nacer desde la conciencia personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario