Nuestras mentes estrechas se han
entretenido en dividirnos en categorías duales, unas contra otras:
Neoliberales- comunistas.
Fachas- rojos.
Empresarios- trabajadores.
Chinos -negros.
Negros- blancos.
Católicos - herejes.
Musulmanes- infieles.
Judíos - infieles.
Hombres - mujeres
Pobres – ricos.
Estas son las categorías más
frecuentes, aunque existen otras y siempre se pueden establecer criterios para
clasificar a los individuos.
Si pertenecemos a alguna de estas
categorías, nos enseñan pronto que todos los individuos que pertenecemos a ella
somos los poseedores de la verdad, los buenos, los inocentes y las víctimas de
la ignorancia y maldad de los otros. Todos los otros son los malos a los que no
hay que dar ni agua. Tenemos el deber y el derecho de aplastarlos, o aprovecharnos de ellos.
Y dicho esto, ya tenemos los
ingredientes necesarios para hacer de nuestras vidas un infierno, en el que el infierno
son los otros, como dijo Sartre.
Pero si miramos desde cierta
altura, aunque solo sea desde un décimo piso, constatamos que no se puede
apreciar diferencia entre los componentes de las distintas categorías, más bien
nos parecen todos hormigas. Me imagino la carcajada cósmica si se nos contempla
desde un poco más alto.
Necesitamos abrir nuestras mentes
a una nueva era, la era de después de todos los confinamientos. Y salir al
exterior por otra puerta, la que da al punto de encuentro más allá de todos
nuestros mitos. Porque la otra opción es salir por la misma que entramos, la del animal salvaje, el
depredador de su propia especie. Y todo por
el absurdo de las categorías duales.
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