Un niño no piensa que su madre lo quiere porque él haya hecho algo para merecerlo: lo siente como algo natural, gratuito. Incluso llega a comprender que si existe es precisamente por este amor que ella le tiene. No se le ocurre pagar a su madre por su cariño, vive feliz y confiado en ese amor.
Existimos porque somos amados, y del conocimiento de esta existencia y de su fuente debería brotar la Felicidad y el Gozo, y el amor a todos los seres si los contemplamos como existencias amadas como cada uno de nosotros. Y sin embargo, muchos de los creyentes de las diversas religiones hacen de su relación con la Divinidad una carga pesada: innumerables preceptos y sacrificios, ritos múltiples y complicados y explicaciones y dogmas incomprensibles. Se esfuerzan por soportar esta carga y de algún modo pretenden hacerse merecedores del favor divino o de la salvación. Y condenan a los que no lo hacen del mismo modo que ellos.
No es una pesada carga, es el gozo de volverse agradecidos hacia la fuente amorosa de toda existencia lo que nos hará observar una conducta recta y bondadosa hacia todos, transformará en un rito de adoración cada uno de nuestros gestos y nos hará saborear más allá de todas las palabras y las ideas al que nos ama. Bajo esta luz, todo es Alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario