Mareas, blancas o rojas, o variopintas, como ríos humanos. Están coincidiendo estos días y percibo que hay algo en común en los tres casos. No puedo dejar de respetar y conmoverme ante la fe de los pueblos, y sin embargo siento que hay que levantar un momento la cabeza, o más bien mirar dentro de nosotros mismos para comprender a ese ser humano que somos todos.
Buscamos, porque lo necesitamos, y en momentos de zozobra más que nunca, algo o alguien en quien apoyarnos. Un líder religioso, o popular, o una imagen que representa a alguien o a algo en quien creemos. Y pienso que no se debe condenar, ni ridiculizar, aunque seamos incrédulos, agnósticos o ateos.
Pero al mismo tiempo pienso que hay que hacer un profundo ejercicio de lucidez para encontrar lo que nos une a todos y para que estos fenómenos no sean causa de enfrentamiento entre los seres humanos.
En los tres casos, aquel o aquello a lo que se aferran los fieles, es una representación o un representante de algo que va más allá y en lo que todos coincidimos. Es lo que nos acoge como padre y nos hermana, lo que nos devuelve la fuerza y la esperanza. Lo podemos llamar de muchas formas, y está dentro de nosotros, esperando que lo liberemos y lo dejemos brotar. No nos enfrenta, nos abraza y nos une. Podemos llamarlo Amor, Fuerza, Alegría, Compasión. Felicidad. Dios. Pero está dentro de cada uno de nosotros y aunque a veces necesitemos de manifestaciones y representaciones externas, estas no servirán de nada ni sanarán nuestras vidas si no somos capaces de descubrir la auténtica fuente común en nuestro interior.
Imagen: maricruzpe.blogspot.com
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