Son nuestros miedos. Nuestro miedo a mirar dentro y ver lo que no nos gusta. Nuestro miedo a la mirada de los otros, a lo que piensen, a lo que digan. A lo que nos hagan, o nos quiten. Nuestro miedo al otro, al diferente, nuestro recelo, nuestros prejuicios. Nuestros miedos nos agarrotan. Hay una frase que leo en las enseñanzas de Jesús de Nazaret continuamente: No tengas miedo. A mirar dentro, porque verás, a pesar de todo, el núcleo de la existencia y la felicidad: la bondad y la auténtica belleza, en cada una de nosotras, y en las demás. Basta con acercarse sin miedo. Ver que lo que realmente somos, sin tapujos ni maquillajes, es lo que nos hará felices, y eso no depende de lo que los otros piensen o digan de nosotras, ni de lo que nos hagan, nos den o nos quiten.
No tener miedo es lo que nos hará capaces de levantarnos, de caminar,de caminar sobre las aguas; de sentirnos dueños de nuestro destino, de nuestras vidas. Lo que abrirá las puertas de nuestras miserables cárceles. No somos esclavos, no tenemos dueño. No tenemos miedo.
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