El futuro de la Humanidad pasa por la superación de integrismos fanáticos en favor de una espiritualidad fraternal universal que abrace al mismo tiempo la unicidad irrepetible de cada individuo, de cada grupo.
Los integrismos de todo tipo nacen de la faceta depredadora del ser humano, del instinto egolátrico que lo hace sentir el centro del universo enfrentado a todo lo que no sea él mismo, dispuesto a devorar todo lo que le suponga un obstáculo. Su inteligencia le hará crear los medios para satisfacer este instinto y su imaginación creará los mitos para justificarlo y darle una explicación, desde los mitos religiosos a las ideologías filosóficas o políticas.
En nuestro siglo, el laicismo y la espiritualidad pueden suponer el antídoto a este cáncer que acompaña a la humanidad desde su nacimiento. Laicismo y espiritualidad son posturas que los prejuicios pueden enfrentar pero que son perfectamente complementarias y que armonizándolas pueden suponer las bases para un nuevo orden de convivencia, entendimiento y paz.
El laicismo es la doctrina que defiende la independencia individual, social o estatal respecto a la influencia religiosa. No tiene porque suponer persecución de las creencias individuales, pero supone libertad respecto a una religión concreta. En nuestro país aceptar esto supone superar una historia de compromisos interesados, muy marcados en la época contemporánea entre la iglesia católica y los gobiernos de derecha. Y no digamos en otros países donde la teocracia es aceptada: en países islámicos, muchos convulsionados precisamente por el enfrentamiento entre grupos partidarios del laicismo y grupos islamistas. El laicismo debería superar también las ideologías que muchas veces tienen un carácter incluso más dogmático y sagrado que muchas religiones: un caso extremo sería Corea del Norte, con su líder Kim Jong-Un, capaz de emular a un despiadado Calígula.
Si el laicismo supone independencia respecto a las distintas religiones, esto en el fondo podría contribuir a una espiritualidad universal en la que podrían convivir las distintas cosmovisiones religiosas y filosóficas. Me hizo reflexionar unas palabras del Dalai Lama respecto a la espiritualidad: explicaba que esta puede ser religiosa pero también atea. No me extrañaron estas palabras, eran lógicas en el líder de una religión que no contempla la existencia de la herejía ¿Qué es, entonces, la espiritualidad? En mi opinión, algo que han perdido muchas religiones y que el marxismo no consideró por su materialismo ateo, algo que sin embargo subyace y debería fundamentar tanto a todas las religiones como al marxismo.
Volviendo al principio de esta argumentación, la espiritualidad es la superación del instinto depredador salvaje del ser humano por el despertar de una conciencia supraindividual, ya sea una conciencia social, ya sea una conciencia religiosa: en todo caso es la conciencia de una fraternidad universal. Si los creyentes de todas las religiones profundizasen en lo esencial, más allá de las tradiciones e intereses grupales, me atrevería a decir que podrían sustentar y motivar desde el despertar de una conciencia fraternal universal la revolución marxista. Mucho ganarían las religiones con la praxis del comunismo, mucho ganaría el comunismo con la espiritualidad de las religiones.
Hoy hay esperanza: me refiero a líderes religiosos de una profunda espiritualidad como el Papa Francisco o el Dalai Lama, o a movimientos sociales que luchan desde una conciencia colectiva, y a alternativas económicas y políticas que están naciendo. Me refiero a los avances técnicos que nos brindan las redes sociales, a la posibilidad de unirnos, de compartir, de emprender juntas un nuevo camino hacia una nueva etapa evolutiva del ser humano.
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