He
vuelto a oír la frase bíblica en labios de un coro infantil. No eran solo las
voces de los niños sino también la expresión de sus ojos lo que me impresionó.
Es una hermosa frase que puede infundir una enorme confianza, yo también he
experimentado ese sentimiento más de una vez. Pero hoy siento la necesidad de
profundizar en esas palabras, porque si pueden ser fundamento para la serenidad
también lo pueden ser para el odio y la guerra, palabras para alentar a los
guerreros en la batalla. Por desgracia, hoy somos testigos de hasta que punto puede
la religión ser tomada como pretexto para enfrentamientos ya sean banales
(pongamos el caso de la polémica interminable sobre la Cabalgata de Reyes de
Madrid) o sangrientos como las guerras en nombre de Dios.
Hay
en la frase tres núcleos: Dios-nosotros-los otros. Si estos tres núcleos se
separan y se enfrentan, el resultado es el odio y la muerte; si se funden, el
amor y la vida. El núcleo original es Dios, la afirmación positiva, el origen,
el amor y la vida, incompatible con el enfrentamiento nosotros-los otros. Es el
abrazo universal.
Pienso
que esta reflexión, aun de carácter religioso, puede ser extrapolable a otra de
carácter más amplio, espiritual o filosófico, incluso me atrevería a decir que no
solo puede ser, sino que es importante que lo sea. Si no conseguimos esta
amplitud de miras y el discernimiento suficiente para separar lo que nos
diferencia (las tradiciones culturales y plurales) de lo esencial que nos une a
todas en un núcleo común, estaremos abocadas al desastre.
Imagen.fieeranova.es
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