Tardamos demasiado tiempo en abrazarnos a nosotras mismas, es un tiempo perdido, sin cimientos. Porque la raíz está en conocerse a una misma y en amarse. De ahí nace el auténtico amor a los demás.
No te culpes ni te condenes, es lo que me digo
ahora. No te castigues. Conócete y corrige tus errores, esfuérzate en mejorar
cada día, y acepta las limitaciones de tu naturaleza. Cada día tus ojos verán
menos, tus oídos escucharán peor, tus piernas no te sostendrán mucho trecho.
Mejorar es ser capaz de ser feliz con menos vista, menos oído, menos fuerza en tus piernas, con un cuerpo marchito, con menos memoria y menos agilidad mental: ser libre y feliz, amar lo que somos, lo que fuimos y en lo que nos vamos convirtiendo, pero sin buscar la apreciación de los demás, ni premios externos como la riqueza, el poder y la gloria. Buscar la armonía y el acoplamiento con la imagen de Dios grabada en nosotras. Dios, escapa a cualquier concepto, idea, o imagen. Porque nos excede. Es la Existencia, es el Amor. Son balbuceos de un recién nacido. Son anhelos de conocimiento. Solo intento escapar de tantas trampas que vamos encontrando en el camino, como Ulises de vuelta a Ítaca. Escapar del canto de las sirenas. Hoy sus cantos son atronadores, invaden hasta el último rincón de nuestras vidas. Nos pasamos el tiempo buscando jueces que nos aprueben, que nos den like, que nos valoren con 5 estrellas, que nos voten, que nos aplaudan, que nos hagan ganadores. Transformamos a los otros en jueces, público, votantes, o competidores. Hemos perdido el rumbo, hemos perdido la libertad. Y la relación saludable con los otros.
Los otros son nuestros
semejantes, nuestros prójimos, participes con nosotras de una misma luz, de una
misma existencia, de un mismo amor.
Tenemos que recuperar la
libertad y el amor a nosotras mismas para amar del mismo modo a los demás.
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