_ ¿Dios es de todos?
La edad mágica, los cinco años, y sus preguntas maravillosas. Sencillas, directas, impactantes. Como un empujón suyo, jugando, de esos que te hacen caer sentada en el suelo.
_Sí_ respondo después de un instante en blanco.
Un instante en blanco, en el que todos los colores del arco iris se abrazan en uno.
_ De todos, como el sol que sale en lo alto para todos y a todos les da su luz, como la lluvia que cae sobre todos los hombres de todas las tierras, como el aire que respiramos y no vemos pero nos da la vida, es todo lo bueno y todo lo bello que hay en nuestros corazones. Aunque hay algunos cabezones que piensan que son los únicos buenos y que Dios es sólo de ellos. Pero Dios es de todos.
Mi pequeño filósofo se queda tranquilo. Y yo abro el libro de un maestro hindú, Swami Sivananda, y copio sus palabras:
“No hay nada que el mundo necesite actualmente más que el entendimiento mutuo. El entendimiento tiene lugar cuando las personas se encuentran al mismo nivel, al mismo tiempo, con auténtico afecto, sinceridad y tolerancia”[1]
Hay que empezar desde dentro, a cambiar. Todos y cada uno, todos juntos. Entonces el mundo cambiará.
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