Los seres
humanos somos animales sociales, y como tales es importante para nosotras el
sentimiento de pertenencia a un grupo que nos protege y al que nos debemos.
Estos grupos pueden basarse en la consanguinidad, como la familia, o en otras
señas de identidad como la raza, las creencias, la lengua, la clase social, la
nación. Este sentimiento es innato a nuestra propia naturaleza y como tal debe
ser respetado. Sin embargo, puede derivar en un enfrentamiento entre los
intereses de los diferentes grupos en vez de en una cooperación y
enriquecimiento entre ellos.
En los inicios
del siglo XXI, el siglo de la globalización, urge más que nunca establecer
lazos de cooperación constructiva entre estos diferentes grupos. El futuro de
la Humanidad depende de ello. Se trataría de establecer reglas de juego a nivel
global para que la identidad de cada grupo fuese escrupulosamente respetada y
al mismo tiempo para blindar a la sociedad ante una posible imposición de los
intereses de un grupo sobre el bien general de la Humanidad.
En pocas
palabras, se trataría de respeto absoluto por la identidad de cada grupo pero
tolerancia cero ante cualquier manifestación o actuación de cualquiera de ellos
sobre el bien general. Los derechos universales del hombre deben primar, y aquí
hay que señalar el peligro para aquellas sociedades donde la democracia y el
respeto a estos derechos constituyen un fundamento (a pesar de todas sus
imperfecciones) de acoger
respetuosamente a otros grupos sociales con señas de identidad opuestas al bien
general.
Por eso insisto en la importancia
de armonizar el respeto a las diferentes identidades con la tolerancia cero
para aquellas identidades que supongan un menoscabo del bien general.
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