El cielo no se conquista por
asalto, amigo Pablo.
El cielo está dentro
da cada una de nosotras.
Apelar a sentimientos negativos nunca nos hará conquistar el cielo. Demasiadas veces se ha hecho, y nunca ha resultado a largo plazo, solo ha procurado victorias temporales pero nunca la justicia universal y la paz duradera. Es demagogia y marketing que vende ciertamente: recurrir a la rabia y a la envidia desde la izquierda, o a la soberbia, la vanidad, el querer ser y tener más que los demás desde la derecha, o al miedo a que nos quiten lo que tenemos, en cualquier caso recurrir al sentimiento de grupo que busca un chivo expiatorio: los empresarios, los trabajadores, los ricos, la casta, la clase, la raza, la creencia, los fieles, los infieles, los judíos, los cristianos, los moros, los ateos, los negros, los chinos, los americanos, los comunistas. Cualquiera, menos nosotras mismas.
Hoy estamos expectantes y renace la esperanza: por encima de todo, de las banderas, las creencias, las castas, las clases: por encima de todo, las personas y su dignidad, enraizada en la libertad, la igualdad,la fraternidad.
Amigo Pablo, sé una voz más en esta dirección
hacia algo nuevo que se alza sobre las ruinas de lo viejo, que se alimenta de
todo lo bueno que el ser humano ha sembrado en la historia y se libera de
tantos y tantos errores y crímenes cometidos de un extremo a otro.
Hay mucha desesperación, y mucho miedo. Y
estas circunstancias propician la aparición de Mesías, rojos o azules, Califas
o laicos, pero Mesías que pueden apagar la esperanza de esta nueva era: la era
de la gente. Porque la bondad y la lucidez están dentro de cada una de nosotras
y al mismo tiempo nos trasciende; no es patrimonio de pueblo, credo, nación, o
raza: es el legado de la Humanidad, de esos seres prodigiosos, racionales y
sociales que somos cada una de nosotras. Y es nuestra hora.
No podemos trazar una línea en el suelo para
separar a los buenos de los malos, y colocarnos por supuesto del lado de los
buenos. No. Porque cada una de nosotras somos capaces de actos llenos de
grandeza, pero también somos capaces de las mayores atrocidades, y nadie es más
peligroso que aquel que no es consciente de ello. La sociedad tiene que crear
los diques de contención para evitar que el lado salvaje y depredador de todos
los individuos se imponga: esa es la labor principal de la política: velar por
el bien común. Y aquellos que la ejercen deben ser las mejores personas, pero
estar en todo momento sometidas al juicio de sus conciudadanos.
Y
volviendo al principio de mi entrada, el cielo está dentro da cada una de
nosotras y el cambio comienza ahí: en cada una. Eso es lo que tenemos que
enseñar en el calor de nuestras casas, y gritar a los cuatro vientos en todas
las plazas de la tierra.
“Sé tú mismo el cambio que deseas ver en el
mundo” dijo el gran hombre, alma de Dios, Gandhi.
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