Últimamente se repiten las noticias de una terrible realidad: el acoso escolar.
Y sin embargo, no se trata de algo nuevo, ni exclusivo del ámbito escolar. Es un patrón de conducta humana que sintetiza lo más perverso de la conducta social, y si resulta especialmente repugnante es por aflorar en los primeros años de la persona, por ser niños los verdugos, las víctimas y los indiferentes.
En los casos de acoso siempre existe un líder prepotente que se crece dominando su entorno y se ceba en una víctima débil, diferente; un grupo leal y obediente que comparte la crueldad del líder o intenta ya sea ganarse su favor, ya sea evitar sus ataques; y un grupo de espectadores que prefiere quedarse al margen. Y la víctima. Alguien a quien se señala de manera aleatoria, normalmente por ser diferente en algún aspecto. Un niño, o una niña : la personita más pequeña, o más gruesa, o que lleva gafas, o la que saca mejores notas, o que es nueva en el colegio.
Evitar, erradicar el acoso, educar para la convivencia: para no usar nunca la fuerza contra el más débil, solitario o diferente; para tener el valor de no ponerse del lado del verdugo por interés o por miedo, para tender siempre la mano al más débil, al perseguido, al pisoteado: con ello se estaría consiguiendo mucho más que solucionar un problema escolar, se estaría poniendo los cimientos de una sociedad más justa, más libre, más respetuosa con las diferencias. Más digna. Más humana.
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