Pienso que siempre ha sido y será la hora de la gente.
Pongamos un ejemplo muy próximo: una comunidad de vecinos. A nadie se le ocurre pensar que las personas de la junta directiva son decisivas en la vida de cada uno de los vecinos y vecinas. Las personas de la junta directiva son meros representantes que deben llevar a cabo las decisiones de la comunidad, no ejercen ninguna autoridad sobre los demás, más bien dedican parte de su tiempo al bien común durante un tiempo limitado. Pero la vida transcurre y cimienta sobre la actividad de cada uno de los vecinos y vecinas, sobre sus esperanzas y esfuerzos, sus trabajos y sus relaciones personales. Esa es la vida, esa es la gente. Algo tan sencillo como eso.
Imaginad que ese presidente o presidenta de la comunidad se dedicara a dirigir, dominar, lucrarse, y manipular a sus vecinos, e intentase perpetuarse en su puesto. Impensable ¿no es cierto?
Así de sencillo, y así de absurdo el ejercicio de la política concebido como una forma de dominio perpetuo y no como un servicio temporal al bien común. Y por supuesto, es la hora de la gente, como debe ser.
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