Lo esencial es descubrir el sentido de lo que hacemos. Ahí radica su valor. Normalmente hay una sobrecarga de activismo, muchas veces hacer por hacer, sin reflexión, sin sentido. Y la vida se nos va, ese escaso puñado de tiempo del que disponemos, entre los dedos.
Si esto se puede aplicar a cualquier tipo de actividad, de un modo especial refleja lo que puede suponer el activismo político: un vaciar la propia esencia en un torbellino de acción-reacción, de altos y bajos, de éxitos y fracasos, de aplausos y críticas. Por eso pienso que la persona que decide dedicarse al activismo político debe tener muy claro el sentido de ese activismo y su coste, el coste que está dispuesta a pagar y el precio que jamás aceptaría: su vacío existencial, la pérdida del sentido de la propia vida, de su libertad, de su independencia.
El activismo político supone un compromiso con las otras personas. Por eso es algo digno de admiración que resalta el lado social del ser humano. El compromiso social, la conciencia de ser parte y responsable de la comunidad humana, y la dedicación al bien común es la justificación del activismo político. Realizar plenamente el sentido de nuestra vida, ser beneficiosas para los demás aportando lo mejor de nosotras mismas.
Pero nunca a cualquier precio. El precio que no deberíamos estar dispuestas a pagar es la renuncia a ser nosotras mismas, a nuestra libertad, a nuestra independencia; a nuestra serenidad y paz interior, a nuestra felicidad. Para ello hay que identificar, estar alerta y superar dos escollos opuestos pero igualmente dañinos: por un lado la gloria ( los halagos, los aplausos) y por otro los insultos y las críticas destructivas. La estima y la aprobación de aquellas pocas personas buenas y lúcidas que son un referente para nosotras, esas pocas personas amigas en las que confiamos, o sus críticas constructivas, eso es un valor y un apoyo inigualable. Pero los aplausos mitineros, de multitudes que hoy aplauden y mañana apedrean, o de ese rebaño de palmeros halagüeños muchas veces interesados, o las críticas e incluso insultos de otros que no aceptan a nadie que se aparte del sendero marcado, ¿por qué habría de importarnos? ¿Por qué tendríamos que buscar los primeros o temer los segundos, o incluso traicionarnos a nosotras mismas por obtener los unos o evitar los otros?
Entregarse al Bien Común, participar en política, sí; pero nunca a cualquier precio. Traicionarse a sí misma, jamás.
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