La
guerra deja la tierra colectiva sembrada de minas. El olvido es el peor
remedio, cubrir de arena o ramajes esas semillas destructivas es un error:
tarde o temprano pisamos el nido de la serpiente y saltamos por los aires.
Nada
se cura sin el recuerdo de las heridas. Cada persona, cada colectividad,
necesita la catarsis de la memoria y el recuerdo de lo ocurrido, la historia.
La memoria de nuestra historia nos hace conocernos y nos ayuda a prever y
construir el futuro.
Pero
la memoria puede hacernos una mala jugada: la memoria selectiva o parcial no
nos curará sino que será otra cara del olvido. La memoria nos curará cuando
aceptemos recordar y reconstruir toda la historia, sus claros y sus sombras.
Escuchar a todas las personas, entenderlas, comprender la ira que nace del dolor,
sentir que nadie es inocentes y que de una vez por todas no queremos estar del
lado de los verdugos sino de las víctimas, de tantas personas inocentes. Difícil
tarea.
En
las actuaciones que se llevan a cabo por la Ley de Memoria Histórica existe el
peligro de promover una memoria selectiva o parcial. Sería un error y la paz
verdadera perdería una ocasión de afianzarse. El terreno seguiría minado.
Imagen: ViviendoSanos.com
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