¿Qué clase de persona queremos ser? Esa es la pregunta fundamental de nuestra vida: no qué beneficio o satisfacción vamos a obtener a corto plazo, sino la persona que vamos construyendo con cada una de nuestras opciones. Esa persona con la que podamos dormirnos en paz cada noche y despertarnos cada mañana dispuestos a seguir caminando. Con la que podamos vivir cada día sin avergonzarnos de nosotros mismos y llegar al final sintiendo que ha merecido la pena vivir.
Huele a podrido, en cada rincón. Tenemos que cambiar, insisto. Yo no quiero cambiar, me contestan. Estoy bien como soy. Si hay que defraudar, defraudo. ¿No defraudan los demás? Si hay que robar, robo; si hay que mentir, engañar, lo hago ¿no lo hacen los demás? Cierto, ya estamos acostumbrado al argumento más usado por nuestros políticos: “¡Y tú más!” Y si no lo hacemos- me dicen señalándome con el dedo_ es porque no podemos.
No es tarea fácil, nadar contra corriente. Enfilar cada día el camino, río arriba. Se necesita mucha fuerza (muchos piensan que es signo de debilidad, pero se equivocan). Se necesita mucha lucidez, mucha sabiduría, para descubrir lo que realmente importa, para que no nos compren con baratijas. No es tarea fácil, ni es tarea de un día: es la tarea de cada día, de todos los días de nuestra vida, hasta el final. Es la obstinación del que decide ser libre, y ser feliz de la única manera que un ser humano puede serlo. Con los otros, nunca del lado de los indiferentes, ni de los verdugos.
Imagen: 2.bp.blogspot.com
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