El consejo de sabios ha considerado llegado el momento de enviarme a un viaje interplanetario, como llevan haciendo desde el nacimiento de nuestra civilización con todos los jóvenes Gurpianos para iniciarlos en el mundo de los adultos.
_Viajar amplía el horizonte y ayuda a mejor comprender nuestro propio mundo. Tu destino será un lejano planeta llamado Tierra. Estamos seguros de que tú mismo descubrirás el sentido de nuestras vidas observando la de sus habitantes.
Y hoy me duermo escudriñando el cielo estrellado para intentar descubrir el pequeño sol que alumbra el planeta azul.
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Me he despertado rodeado de un paisaje maravilloso. A lo lejos observo un magnífico ser y rápidamente adopto su apariencia para el acercamiento.
¡Uf! ¡Qué bien me siento bajo esta piel oscura!
_¿Eres nuevo aquí?_ me pregunta
_ Acabo de llegar_ contesto mientras levanto mi hocico y mi fuerte cabeza coronada de dos potentes cuernos.
_ Y yo. Acabo de volver de la muerte_ suspira mientras sigue paciendo entre las amapolas_ Dicen que me indultaron.
Y me cuenta su terrorífica aventura en la plaza de los hombres: él había nacido en la dehesa y siempre tuvo buen concepto de los humanos, hasta el día en el que lo trasladaron junto con algunos otros compañeros hacia un destino desconocido. Y allí se vio, en medio de una enorme plaza de arena, rodeado de humanos que gritaban desde los graderíos, mientras que otro se le enfrentaba una y otra vez, hiriéndolo sin piedad y siendo aclamado por la multitud. Ole, ole, ole.
_ Pero ¿por qué?
En ese momento recordé la historia de un pequeño Gurpiano que hirió a un ñulop, una pequeña criatura alada. Fue llevado ante el consejo de sabios e interrogado. Lo había hecho por pura diversión, y el consejo entero se levantó horrorizado ante esa muestra de crueldad gratuita. Fue enviado junto a un anciano que sólo al cabo de un largo periodo consiguió curar de aquella tara al pequeño. Por eso me extrañó tanto lo que me contaba mi nuevo compañero.
_ Pues no lo sé_ me contestó_ pero todos parecían divertirse. Y eso no es lo peor. Ninguno de mis compañeros volvió conmigo a la dehesa. Algo oí, de que a ellos siguieron hiriéndolos hasta la muerte, y que entonces les cortaron las orejas, y el rabo, para dárselo a los que acabaron con sus vidas. Ya no me fío de los humanos. Y te recomiendo que tú tampoco confíes en ellos.
Y esa primera noche en la tierra no conseguí dormirme hasta ya avanzada la noche, y soñé que jugaba entre ñulops bajo mi nueva apariencia de toro bravo, lleno de inquietud y curiosidad por aquella extraña especie: los humanos. Porque los toros, me parecieron unas criaturas nobles y coherentes.
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