La felicidad del pez está en nadar, la del mirlo en volar y cantar, la del caballo en trotar por la pradera. Si al pez o al caballo le dijeran que está en volar, o al mirlo en trotar, les estarían engañando y empujándolos a la infelicidad.
Hemos nacido para la felicidad que está en los límites de nuestra naturaleza. Nos han engañado, nos han hecho creer que nuestra felicidad consiste en moldearnos a un patrón de belleza imposible, y hombres y mujeres enloquecen por no poder alcanzarlo. Nos han hecho creer que necesitábamos más y más lujo, y que de esa imagen triunfadora dependía nuestra felicidad; para ello nos han encadenado a una vida de trabajo esclavizadora, nos han robado nuestro tiempo y empujado a la ansiedad y el estrés. Nos han hecho creer que los demás eran obstáculos o instrumentos para nuestro triunfo, y nos han enfrentado a ellos.
Hemos nacido para la felicidad, seres humanos con las más hermosas potencialidades: la conciencia de nosotros mismos y de los demás, seres sociales capaces de construirse con los otros en una cadena de cuidados a lo largo de toda la vida. Somos limitados e imperfectos, nacemos inútiles y totalmente dependientes y así llegamos también al final de la vida. Enfermamos, nos deterioramos y morimos, todos, está en nuestra naturaleza. Podemos dejarnos engañar y pensar que no es así, pero la mentira nunca nos hace felices.
Porque a pesar de todo, de todos nuestros límites, hemos nacido para la felicidad consciente del sentido de este breve momento de nuestras vidas. Y ese sentido está en la capacidad de ser con y para los otros, en cuerpo y alma. La felicidad no es un privilegio de unos pocos, porque todas somos capaces de amar.
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