Pablo Llobera Serra Educador ambiental del C.E.A. Polvoranca (Leganés), perteneciente a la Red de Centros de Educación Ambiental de la Comunidad de Madrid, donde trabaja desde septiembre de 1996 |
"El asunto de la transformación social y ambiental depende poco del optimismo o del pesimismo, que muchas veces son meras posturas estéticas; unas veces nos puede convenir parecer optimistas y otras pesimistas. La cuestión esencial no se refiere a las creencias o impresiones sobre lo que ha de venir. La cuestión esencial y relevante es si impulsamos o no transformaciones en las estructuras y valores de la sociedad en la que vivimos. La cuestión de fondo es si somos agentes del cambio o meros espectadores. Acaso ambas posturas, pesimismo y optimismo, responden perfectamente al rol de espectadores en el que tan bien insertos estamos (sociedad del espectáculo y el entretenimiento) y estimula en cambio muy poco al de actores y protagonistas que tanto poder, personal y social, nos otorgaría (empoderamiento).
Porque cuando nos sentimos realmente agentes de cambio, cuando conseguimos comprometernos seria y tenazmente con una tarea o empresa social, cuando eso se logra, aunque sea humildemente, sobreviene una fuerza especial, un don, algo así como la fe para el creyente. Toda empresa titánica, y la Educa-Acción lo es (y mucho), se impulsa por grupos de personas con capacidad de trabajo intenso y apasionado, desde la propuesta audaz y arriesgada, desde la rebeldía cívica o incluso desde la desobediencia consciente, desde el entusiasmo y, ¿por qué no?, desde la fe (valores todos ellos "fuertes"). El optimismo o las buenas intenciones son "valores blandos" (muy en boga hoy en día), pues esencialmente dejan en manos de otros la transformación; vamos, que ser optimista o pesimista "sale gratis" ("gratis total", como se dice ahora). Ambas posturas se insertan perfectamente en lo que Lipovetsky llamó el "pensamiento débil" y, parafraseándole, podrían denominarse "valores débiles" (en el sentido de poco consistentes y, desde luego, poco o nada transformadores).
Los "valores fuertes" se apropian de las técnicas y, sobre todo, se cargan del entusiasmo imprescindible para hacer posible esta transformación. No en vano entusiasmo procede del griego "en-theos-mos": con un dios dentro. ¿Cómo no va a sentirse fuerte y capaz quien siente que le habita dentro, dejémoslo en un semi-dios? Cuando conseguimos entusiasmarnos con otras personas en iniciativas educativas humildes pero transformadoras (sean itinerarios en bici al cole, Hogares Verdes, huertos educativos o programas de compostaje) nos empoderamos, nos hacemos fuertes. Claro que esto nunca "sale gratis": siempre requiere sobreesfuerzos (derivados de ir "abriendo brecha"), capacidad de entrega y generosidad, pasión, ímpetu, esfuerzo, constancia... Vida. Otra variable interesante a tener en cuenta: estos "valores fuertes" beben siempre de las energías del grupo y a él vuelven (y a la sociedad). Podríamos concluir que los "valores blandos" son reflejo de la sociedad individualista en la que vivimos y los "valores fuertes", que se forjan en colectividad, son su antídoto. Eduardo Galeano viene a plantear lo mismo pero, ¡claro!, de forma mucho más lírica:
"Son cosas chiquitas"
No acaban con la pobreza
no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción
y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizá desencadenen la alegría de hacer,
y la traduzcan en actos.
Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad
y cambiarla aunque sea un poquito,
es la única manera de probar
que la realidad es transformable."
imagen:redhuertosurbanosmadrid.wordpress.com
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