Las noches de verano me tumbo en el suelo, en la oscuridad y el silencio de la tierra, con los ojos abiertos cara al cielo. Es un modo de medir la realidad, de descubrir mi medida en el Universo sin fondo. Contemplando ese abismo veo pasar las estrellas fugaces, silenciosos fuegos artificiales con olor a jazmín, y me acuerdo de él.
Lo observo en su sillón, donde dos enfermeras lo han ayudado a sentarse. Allí queda hundido, perdido en sus recuerdos con los ojos cerrados. Parece dormitar, pero cuando oye la música lleva el compás con la mano, muy lentamente. Toda la fuerza de ese cuerpo, apenas un manojo de huesos y piel, se concentra en el brazo que se levanta y en la mano que se balancea. Sigue, aun cuando la música ha cesado, hay música en su cabeza, en su corazón_ me digo al ver su expresión y su gesto. Música fugaz, como una estrella de verano. Qué fue su vida, no lo sé. Quién fue, qué hizo, no lo sé. Sé que hay música en su cabeza y que se despide con su mano de anciano llevando el compás, como una estrella fugaz. Y siento deseos de abrazarlo, de abrazar todas las notas del Universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario