Su problema, el primero y principal, es que no lo son. Realmente nadie lo es, aunque todos podamos intentarlo, tender a ello. Y su segundo problema, el reverso de la moneda del primero, es rechazar a los que no son como ellos, tachándolos de impuros, condenándolos, desterrándolos. Puede ser simple mi conclusión, pero veo en ella el denominador común de la falta de entendimiento entre los seres humanos a lo largo de la historia.

Hemos traspasado la frontera del segundo milenio, estamos inmersos en una profunda crisis no sólo económica y política sino también del sentido de la vida. Y pienso que es justo en la raíz donde está el problema, y la solución. Aceptar una realidad plural, diversa, cambiante y sorprendente, y descubrir el impulso positivo que lo atraviesa todo. Aferrarse a ese impulso con la mente y el corazón abierto, y remar en la misma dirección. Sentirse parte de una Humanidad abatida y luchar por los próximos y lejanos. Creyente, ateo, sindicalista, utópico, pragmático, militante de uno u otro partido o ácrata… ¿qué más da si rema a nuestro lado contra el desastre? ¿no será entre todos cómo cristalizará una nueva visión social y un nuevo ideal humano?
En momentos de crisis como el actual, que exigen un cambio y una regeneración profunda del individuo y de la colectividad, existe el riesgo del rebrote de uno de los mayores peligros para la convivencia y la resolución de los problemas: la aparición de “los puros”, sean del signo que sean. Porque la única pureza que hemos conseguido cristalizar a lo largo de la historia está compuesta de infinidad de impuros que se unen para buscarla.
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