La motivación que nos mueve marca la diferencia.
Sería un error no reconocer la complejidad de las personas, debida a su misma naturaleza, a su genética y a sus circunstancias sociales. No me canso de repetir lo evidente: nadie es un ser puro, un bloque de granito o de mármol. Somos complejas, y nuestras acciones siguen a nuestro ser. Pero podemos optar, cultivar y desarrollar una u otra faceta, y contribuir a cultivar y desarrollar una u otra faceta en nuestro entorno, siempre empezando por una misma.
La motivación colorea nuestras acciones: la raíz que las alimenta las hace amargas, venenosas o sabrosas y saludables. A la larga, o incluso a corto plazo, esta diferencia se manifiesta. Y esto ocurre en todos los planos: en el plano personal, en las relaciones familiares, o de amistad; en el plano social, económico, político. Se trata de círculos concéntricos, y en el centro la motivación que mueve a cada individuo.
Hay una motivación positiva, que puede sonar manida, por su continuo uso y sus muchas y diferentes acepciones, algo más fuerte que la muerte, algo que nos acompaña desde que nacemos y continúa después de que morimos: el Amor. Y nuestras vidas no son más que un breve instante en el que amamos, o pasamos sin vivir.
Imagen:freepik.es
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