Pero aquí y ahora, como en otros muchos momentos y lugares de la historia humana, solo la empatía nos da las claves y las soluciones para la construcción de una sociedad civilizada.
"Hace unos meses me encontré con Mahuku, el joven cocinero de la misión. Era casi un niño cuando empezó a trabajar con nosotras y me alegré de verlo a la puerta de la misión. Cuando le llamé se volvió hacia mí, al principio creí ver una expresión de alegría en su cara, pero luego bajo la cabeza como si se avergonzara.
_ Mahuku ¿cómo estás? Pero ¿qué te ocurre?
El se obstinaba en bajar la cabeza sin poder disimular el llanto.
Después del horror del genocidio, Ruanda intentaba recomponer su alma rota, y muchos eran los que confesaban sus crímenes esperando el perdón de sus víctimas. El pueblo se aferraba al ritual de purificación, a la catarsis nacional, para intentar liberarse del peso abominable de las atrocidades cometidas. Yo escuché la confesión de Mahuku. A veces me resultaba insoportable, lloraba con él, lloraba por Clara y Uimana, sentía toda la repulsión que puedas imaginar por el animal salvaje que estaba junto a mí, y al mismo tiempo una profunda compasión por el ser humano que luchaba por resurgir desde el fondo de aquellos ojos inyectados de sangre...
... A veces deseaba parar, pero el jefe siempre les ordenaba seguir, matar, golpear, violar. De pie sobre la capota del jeep con sus botas negras embarradas, les gritaba que eran los dueños, los amos, los nuevos dioses. Era mentira, él ahora no era ya ni un hombre. Al principio lo creyó, la primera vez que violó a una muchacha, casi una niña. Sentía todo su vigor cuando la desgarró, el placer le llegó hasta la garganta y le hizo gritar, quería seguir cuando empuñó el machete y le cortó el cuello. Tenía sed, y tuvo que emborracharse hasta perder el conocimiento. Su capitán los empujaba sin descanso, quizás a él se lo ordenaban todos los malos espíritus del bosque que se habían enfurecido contra los vivos. Se apartó del grupo y dejó que la cerveza agria le llenara la boca, resbalara por su barbilla y le abrasara el estómago. Pero siguió teniendo sed, hasta que cayó borracho sobre el fango..."
Mi hermosa Ruanda, Dolores Vendrell, página 213, Editorial Universo
Disponible en Librería Traficantes de sueños
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