(Del cuaderno de Uimana, traducido del kinyaruanda y del francés por Inés)
Mis brazos y mi espalda son fuertes. Tengo las manos encallecidas, y el corazón. Sólo entre los brazos de Jorge puedo ser suave y tierna como un niño. Cada noche, rebusco en mis recuerdos la imagen de mi madre: su expresión altiva, su frente marcada con el hierro al rojo vivo y el hueco de su ojo izquierdo que tanto miedo me daba cuando era niña; y el calor de su mano cuando me acariciaba y me decía que no tuviese miedo, que ella me vigilaba con su único ojo sano y los espíritus de los muertos velaban mi sueño. Estrecho de nuevo el amuleto y murmuro el nombre de mi madre antes de levantarme para encender el fuego y colocar sobre el fogón el agua para preparar mi cena. Tomo un puñado de harina de sorgo y la voy mezclando lentamente con el agua. Está anocheciendo.
Después de cenar me asomo al platanar. Todas las hogueras se han apagado y sobre la oscuridad de las chozas sólo se oye el paso del viento entre las hojas de los plátanos y las espigas de sorgo. Yo no tengo miedo de la noche. Sé oír las voces de la tierra. Mis ojos recorren el camino y la ladera suave de la colina, hasta la explanada donde una luz señala la presencia de los hombres blancos y sus casas de ladrillo. El recuerdo de las largas charlas con Jorge y con Clara bajo las estrellas me llena de nostalgia y vuelvo a entrar en mi choza para acurrucarme sobre la estera. No siento la dureza del suelo y de nuevo la añoranza de la ternura de Jorge me hace encogerme como un niño pequeño, o como antes, cuando descansaba en el vientre de mi madre donde no existían las fronteras y todo era un cálido abrazo. Como hundirse en el mar, así es el recuerdo del cuerpo de Jorge y su abrazo; “Uimana, Uimana”, me susurraba, y ahora creo oírselo a las olas, primero aspirando todo el aire del mundo, después dejándolo escapar despacio hasta pronunciar un nombre único. Porque así me veía reflejada en la mirada de Jorge: única, y al mismo tiempo como si contuviese toda mi tierra. Mi hermosa Ruanda. Alargo la mano sin abrir los ojos y acaricio de nuevo la imagen del mar. Por un momento mi corazón se encoge de nostalgia. ¿Por qué no? Yo podría volar un día sobre las colinas hacia el mar, hacia Jorge. Meneo la cabeza, es sólo un sueño.
(Mi hermosa Ruanda, pag.28, Editorial Universo)
Disponible en la librería Traficantes de sueños
C/ Duque de Alba, 13
28012 Madrid
Tf. 915320928
Metro Tirso de Molina
http://www.traficantes.net/
No hay comentarios:
Publicar un comentario