Lo ocurrido estas últimas horas horas en París no puede dejar de conmocionarnos.
Me horroriza lo ocurrido, esas personas sorprendidas por sus verdugos sin saber por qué se les arrebataba la vida, muchos de ellos jóvenes, disfrutando del comienzo del fin de semana.
Me horroriza imaginar la mirada de los asesinos, y sus sentimientos. Un pozo negro y pervertido.
Me horroriza pensar en el veneno que los pervirtió, seguro que son también jóvenes, que han cambiado el gozo de vivir por la ira, viernes de ira.
Y el grito de Dios es grande, me espanta como la mayor y perversa blasfemia (como me espantan otros gritos que enaltecen a un pueblo, una bandera o un rey por quien morir o matar).
La intolerancia, el fanatismo, la ira, la crueldad, el lobo que despierta en la noche más oscura: lo más temible. Es ese lobo dormido lo que más me espanta, porque pienso que duerme en lo profundo de todas nosotras y despierta en las noches de la civilización.
Podemos cerrar las fronteras, construir muros: olvidamos que ya están dentro, y no me refiero a los "extranjeros", me refiero a los lobos que están dentro de cada una de nosotras. No hemos sabido defendernos de estos lobos, y no hay muro que los detenga.
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