jueves, 5 de noviembre de 2015

Perversión.

Asistimos asqueadas a los escándalos del Vaticano que han saltado a la opinión pública estos días: perversión, abusos repugnantes de menores, ansia de riqueza y poder, mentiras, conspiraciones. Y frente a todo ello, la figura de un hombre: el Papa Francisco. Como Jesús de Nazaret, que se enfrentó a la misma maldad y pagó con su vida. Por eso sigo creyendo en esa Bondad que es más fuerte que toda la Perversión que pueda asediarla. Releo y copio una página que escribí hace años.

"El enigma de la crueldad humana
¿Cómo explicar la crueldad, el mal provocado por el mismo hombre, muchas veces incluso gratuito? No podemos obviarlo, ha existido y existe, y a veces es de una atrocidad insoportable. ¿Cómo obviar el sufrimiento de pueblos enteros masacrados por guerras injustificables; el martirio de niños sometidos a torturas, abusos sexuales, incluso a la muerte para el placer de pervertidos y enriquecimiento de poderosas organizaciones? ¿Y el envenenamiento de muchachos convertidos en piltrafa para regocijo de narcotraficantes?   ¿Y el dolor de niños, mujeres, y a veces hombres, y ancianos, maltratados en sus propios hogares? ¿Cómo obviarlo, como explicarlo?
  
En mi opinión, respecto al Mal, Dios o demonio, cabe el mismo error que respecto al Bien: considerarlo como algo externo a nosotros, ya sea que lo consideremos como una realidad personal o abstracta.  El principio del Mal ha sido definido en algunas culturas como una divinidad, que se enfrenta y lucha contra el principio del Bien. Y en otras culturas como un ser superior, un ángel caído, Lucifer o Satán. En todo caso, un principio poderoso y destructor.  
El considerar el Mal como una realidad concreta, personal, incluso antropomórfica, ha dado lugar a una enorme cantidad de mitos y de terribles seres imaginarios capaces de poblar las pesadillas de los hombres, y de este modo  el temor y el miedo han sido uno de los más potentes instrumentos para garantizar la fidelidad de los creyentes. Por otra parte, para exorcizar al diablo, surgen ritos y formulas mágicas; y no me refiero sólo a las propias de la religión católica, sino también a otras muchas que han aparecido y siguen apareciendo en la actualidad incluso entre personas no creyentes. En mi opinión, este punto de vista, tanto en la concepción del mal como en el modo de combatirlo,  peca de superficial e infantil, nos hace vivir en el miedo, nos encoge, no nos permite crecer y no transforma nuestras vidas.
Pienso que no somos ajenos a esta lucha, que el Bien y el Mal, Dios y Satán, el Bien y su negación o ausencia, luchan en el fondo de nuestro corazón a lo largo de todo nuestro tiempo. El hecho de no temer a criaturas fantásticas, con cuernos y rabo, no significa que no tema al mal: lo temo más incluso porque lo siento en mi misma. El rostro de este diablo es el rostro contraído en un rictus de envidia agria por la felicidad ajena, y la sonrisa torcida por el fracaso de los otros; son los ojos altivos del soberbio, ojos que hieren a los que desprecia. Es la boca del que devora insaciable, la del sádico que muerde y busca su placer desenfrenado en el dolor del otro, y tanto más placer experimenta cuanto más inocente y desvalida es su víctima. El rostro indolente del perezoso que sólo contempla su belleza y se vuelve indiferente ante el dolor del que pasa a su lado. El pecho hinchado, la frente altiva que se inclina ante sí mismo como centro de su universo cerrado, corrompido, y se pavonea ante el mundo entero buscando adoración ¿Qué cuernos, qué rabo, qué pelambrera podría suscitar mayor espanto?  El mal va socavando nuestras propias entrañas con cada opción negativa (por insignificante que parezca) día a día, minuto a minuto; así creamos en nosotros mismos un vacío de frío y oscuridad. Y este mal se propaga como una sombra mortal hasta llegar a cobrar consistencia propia. Basta mirar a nuestro alrededor para percibirlo, y ciertamente es más terrorífico que cualquier criatura con pezuñas y cuernos.
En cuanto a creer en la inutilidad de sortilegios y hechizos no supone que no luche con todas mis fuerzas contra ese mal, no con ristras de ajos o a golpe de hisopo, sino con lucidez, coraje y perseverancia.
Cada uno de nosotros somos capaces de maldad. Y es de este mal que brota de nosotros mismos del que  precisamos ser salvados.  El cielo y el infierno están dentro de nosotros. Y aunque siento que el Bien es más poderoso y más fuerte que todos nuestros enemigos, me resulta evidente la necesidad de permanecer alerta hasta el último aliento. Mientras respires, desconfía de tu mente, dice un maestro hindú".
(La opción positiva, pag.104, Absalón ediciones)
Y la sociedad, en todos sus círculos y sectores, desde los más básicos hasta los más globales,  desde la sociedad civil a la religiosa como la Iglesia Católica, debe proveerse de los mecanismos de defensa contra esta perversión. La transparencia es uno de ellos, y la leyes protectoras e implacables contra aquellos que cometan cualquier tipo de abuso contra sus semejantes, de modo rotundo cuando se trata de los más débiles. Abusar de un niño, o robar el dinero destinado a los necesitados, no puede quedar sin castigo.

           

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