Asistimos asqueadas a los escándalos del Vaticano que han saltado a la opinión pública estos días: perversión, abusos repugnantes de menores, ansia de riqueza y poder, mentiras, conspiraciones. Y frente a todo ello, la figura de un hombre: el Papa Francisco. Como Jesús de Nazaret, que se enfrentó a la misma maldad y pagó con su vida. Por eso sigo creyendo en esa Bondad que es más fuerte que toda la Perversión que pueda asediarla. Releo y copio una página que escribí hace años.
"El enigma de la
crueldad humana
¿Cómo explicar la
crueldad, el mal provocado por el mismo hombre, muchas veces incluso gratuito?
No podemos obviarlo, ha existido y existe, y a veces es de una atrocidad
insoportable. ¿Cómo obviar el sufrimiento de pueblos enteros masacrados por
guerras injustificables; el martirio de niños sometidos a torturas, abusos
sexuales, incluso a la muerte para el placer de pervertidos y enriquecimiento
de poderosas organizaciones? ¿Y el envenenamiento de muchachos convertidos en
piltrafa para regocijo de narcotraficantes? ¿Y el dolor de niños, mujeres, y a veces
hombres, y ancianos, maltratados en sus propios hogares? ¿Cómo obviarlo, como
explicarlo?
En mi opinión, respecto
al Mal, Dios o demonio, cabe el mismo error que respecto al Bien: considerarlo
como algo externo a nosotros, ya sea que lo consideremos como una realidad
personal o abstracta. El principio del
Mal ha sido definido en algunas culturas como una divinidad, que se enfrenta y
lucha contra el principio del Bien. Y en otras culturas como un ser superior,
un ángel caído, Lucifer o Satán. En todo caso, un principio poderoso y
destructor.
El considerar el Mal como
una realidad concreta, personal, incluso antropomórfica, ha dado lugar a una
enorme cantidad de mitos y de terribles seres imaginarios capaces de poblar las
pesadillas de los hombres, y de este modo
el temor y el miedo han sido uno de los más potentes instrumentos para
garantizar la fidelidad de los creyentes. Por otra parte, para exorcizar al
diablo, surgen ritos y formulas mágicas; y no me refiero sólo a las propias de
la religión católica, sino también a otras muchas que han aparecido y siguen
apareciendo en la actualidad incluso entre personas no creyentes. En mi
opinión, este punto de vista, tanto en la concepción del mal como en el modo de
combatirlo, peca de superficial e
infantil, nos hace vivir en el miedo, nos encoge, no nos permite crecer y no
transforma nuestras vidas.
Pienso que no somos
ajenos a esta lucha, que el Bien y el Mal, Dios y Satán, el Bien y su negación
o ausencia, luchan en el fondo de nuestro corazón a lo largo de todo nuestro
tiempo. El hecho de no temer a criaturas fantásticas, con cuernos y rabo, no
significa que no tema al mal: lo temo más incluso porque lo siento en mi misma.
El rostro de este diablo es el rostro contraído en un rictus de envidia agria
por la felicidad ajena, y la sonrisa torcida por el fracaso de los otros; son
los ojos altivos del soberbio, ojos que hieren a los que desprecia. Es la boca
del que devora insaciable, la del sádico que muerde y busca su placer
desenfrenado en el dolor del otro, y tanto más placer experimenta cuanto más
inocente y desvalida es su víctima. El rostro indolente del perezoso que sólo
contempla su belleza y se vuelve indiferente ante el dolor del que pasa a su
lado. El pecho hinchado, la frente altiva que se inclina ante sí mismo como
centro de su universo cerrado, corrompido, y se pavonea ante el mundo entero
buscando adoración ¿Qué cuernos, qué rabo, qué pelambrera podría suscitar mayor
espanto? El mal va socavando nuestras
propias entrañas con cada opción negativa (por insignificante que parezca) día
a día, minuto a minuto; así creamos en nosotros mismos un vacío de frío y
oscuridad. Y este mal se propaga como una sombra mortal hasta llegar a cobrar
consistencia propia. Basta mirar a nuestro alrededor para percibirlo, y
ciertamente es más terrorífico que cualquier criatura con pezuñas y cuernos.
En cuanto a creer en la
inutilidad de sortilegios y hechizos no supone que no luche con todas mis
fuerzas contra ese mal, no con ristras de ajos o a golpe de hisopo, sino con
lucidez, coraje y perseverancia.
Cada uno de nosotros
somos capaces de maldad. Y es de este mal que brota de nosotros mismos del
que precisamos ser salvados. El cielo y el infierno están dentro de
nosotros. Y aunque siento que el Bien es más poderoso y más fuerte que todos
nuestros enemigos, me resulta evidente la necesidad de permanecer alerta hasta
el último aliento. Mientras respires, desconfía de tu mente, dice un maestro
hindú".
(La opción positiva, pag.104, Absalón ediciones)
Y la sociedad, en todos sus círculos y sectores, desde los más básicos hasta los más globales, desde la sociedad civil a la religiosa como la Iglesia Católica, debe proveerse de los mecanismos de defensa contra esta perversión. La transparencia es uno de ellos, y la leyes protectoras e implacables contra aquellos que cometan cualquier tipo de abuso contra sus semejantes, de modo rotundo cuando se trata de los más débiles. Abusar de un niño, o robar el dinero destinado a los necesitados, no puede quedar sin castigo.
Y la sociedad, en todos sus círculos y sectores, desde los más básicos hasta los más globales, desde la sociedad civil a la religiosa como la Iglesia Católica, debe proveerse de los mecanismos de defensa contra esta perversión. La transparencia es uno de ellos, y la leyes protectoras e implacables contra aquellos que cometan cualquier tipo de abuso contra sus semejantes, de modo rotundo cuando se trata de los más débiles. Abusar de un niño, o robar el dinero destinado a los necesitados, no puede quedar sin castigo.
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