Un nuevo sistema social y
político requiere superar desde las estructuras más básicas (asociaciones, municipios)
dos posturas que nos han llevado a una situación global abocada al fracaso: el
“cada uno para sí” (competir, buscar beneficio propio por encima y contra el
beneficio común) en un extremo, y en el otro el “que me lo soluciones todo papá
estado, el alcalde, el presidente; lloro, pataleo, exijo y papá me lo soluciona”
Un sistema alternativo debería
cimentarse en el estricto cumplimiento de los Derechos Humanos Universales (tan
lejos de ser observados), que aunase la libertad del individuo, su unicidad, su
iniciativa y creatividad, y el valor de su esfuerzo por un lado, y por otro
lado la igualdad, la contribución al bien común y la redistribución de los
excedentes.
El cambio real debe ser radical y
comenzar por el individuo; crear el marco necesario para que cada persona
aporte al común según sus capacidades y reciba del común según sus necesidades.
La sociedad debe amparar a los
individuos, de modo especial a los más débiles, y los individuos deben adquirir
la madurez de la auténtica participación: no basta con denunciar o quejarse,
hay que proponer soluciones y sobre todo ejecutarlas. Y esto es tarea de todas.
El Estado, el gobierno, los que
ejercen la política, deben actuar como facilitadores de las acciones de la
ciudadanía y como garantes de la libertad y la justicia social para todas las
personas. Nunca olvidar que los protagonistas no son los políticos (por más que
los medios nos abrumen con sus cara y sus nombres) sino la gente.
imagen: derechoshumanspuno.org
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