No
existen islas. No existen clases, no existen castas. Existen personas que
luchan por sobrevivir en un sistema dotado cada día de más interrelaciones y por
cuyos recursos, aun siendo suficientes para la supervivencia de todas y cada
una de ellas, se compite en vez de compartirse.
La
competencia es feroz y cruel, el que más fuerza tiene gana y acumula bienes más
allá de sus necesidades y aplasta al débil sin piedad, construye vallas, de
alambres de espino u otras invisibles pero no menos segregacionistas; y los más
débiles se desesperan y se dejan morir, o se rebelan y dejan su piel en las
fronteras. No existen islas, no existen clases ni castas, solo personas ante
las que se abren dos opciones: optar por competir hasta la muerte, abandonando toda
dignidad humana, o reconocerse como seres sociales, capaces de compadecerse, de
compartir, de renunciar a tantas cosas innecesarias para que a nadie le falte
lo imprescindible, de asumir el compromiso de colaborar y aportar lo mejor de
cada una al Bien Común. Recursos, los hay. Solo nos falta recuperar lo mejor de
la naturaleza humana. Y para ello, hay que unirse, más allá de los –ismos,
de todas las señas de identidad de grupos (religión, ideología, partidos), para
reconocernos personas.
Como
respondió el pequeño a la pregunta “¿hay extranjeros en tu clase?”: “solo hay
niños”
Somos
personas.
imagen: elpropio.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario